La Selección Nacional logró un triunfo interesante ante Alemania en su último gran ensayo previo al Mundial, merecido y, en cierta medida, impensado dada la jerarquía del rival, la sede del encuentro y los continuos cortocircuitos internos en la plana mayor. Pero urge considerar otras variables más allá del resultado, fundamentalmente porque se trata de analizar el posible estilo de juego del seleccionado con miras a la cita en Sudáfrica y porque las luces de la victoria suelen confundir y, en no pocas ocasiones, generan una aureola triunfalista desaconsejable para un equipo que necesita calma, trabajo y varios ítems a revisar.
Uno de ellos es la cuota de bilardismo que se ve detrás en el funcionamiento del seleccionado. Austero en su propuesta, el equipo priorizó los cuidados defensivos en virtud de ganar en solidez y en confianza, aunque relegando la búsqueda en ataque y la posibilidad de ensayar movimientos ofensivos, un aspecto que habría que evaluar teniendo en cuenta la calidad de los futbolistas y la aspereza de duelos generalmente marcados por la presión asfixiante y los planteos mezquinos, tal como observamos en los últimos mundiales. En ese marco faltaron ideas y sobraron precauciones ante un rival opaco y confundido que, durante la primera etapa, pareció visitante de acuerdo con la disposición táctica elegida por su entrenador, el cuestionado Jöamir Low . No obstante, el primer tiempo arrojó saldo favorable para Argentina, si bien hubo apenas dos llegadas claras, ambas para el cuadro albiceleste: un remate de Ángel Di María que desvió el arquero Adler y pegó en el travesaño, y el gol de Gonzalo Higuaín tras un erratíca salida del citado guardavalla. En el segundo tiempo, lesiones al margen, el equipo pareció condicionado por el resultado a favor y retrocedió en el campo a partir de una premisa tan innecesaria como polémica pensando a futuro: conservar el cero y jugar a no jugar pese a los nombres rutilantes, la calidad de amistoso del duelo, y las propias carencias-limitaciones del cuadro alemán.
Es allí, precisamente, donde reaparece la impronta de Bilardo y su mensaje nocivo centrado en preservar una ventaja con recursos propios de un seleccionado de segundo orden, sin ambiciones ni grandeza ni jugadores cotizadísimos, dependiente de un único plan que, ante el primer escollo, ineludiblemente agota su presunta eficacia.
El otro factor a revisar es de índole estratégica y obedece a la alineación dispuesta por Maradona en Munich. Resulta cuanto menos discutible la inclusión de Otamendi como marcador central por dos razones: por un lado, no está habituado a cumplir la función de marcador de punta y entonces se pierde en errores y zonceras, por otro, viene de actuaciones fallidas con la albiceleste, lo cual invita a pensar en otras opciones con el objeto de no abortar un proyecto de gran jugador como lo es el zaguero de Vélez. Jonás Gutiérrez, a su vez, disfruta de una titularidad que no se justifica solo por su entrega, predisposición y alguna actuación afortunada en las eliminatorias. Apostado en la derecha del mediocampo, el ex Vélez naufraga en la intrascendencia durante largos pasajes de los partidos, incluso exhibe torpezas ténicas que contrastan con las calidades de jugadores idóneos para el puesto como Lucho González y Maxi Rodríguez. Habría que definir, en tal sentido, qué se pretende con Jonás.
Juan Verón es otro caso que exige seguimiento y atención por parte del cuerpo técnico. Pieza vital del equipo, hombre con buena prensa hasta cuando juega flojo, sufre el inevitable paso del tiempo a sus 36 años y se derrumba físicamente conforme avanza el partido. No hubiese sido mala idea probar con otro futbolista ante los alemanes si se considera la cercanía entre partido y partido en el mundial, y la indisimulable sospecha de que habrá rivales más técnicos y mejor preparados que los jugadores alemanes en Sudáfrica.
Lionel Messi, finalmente, jugó su peor partido en el seleccionado, lo cual harta de solo repasar su itinerario en la Selección: una aparición esporádica, alguna ilusión que arranca y enseguida se derrumba y mucha pero mucha desidia. Con un agregado: la obsesiva búsqueda del brillo individual en desmedro del funcionamiento colectivo y el lucimiento de sus compañeros. Contra el seleccionado teutón aportó su conocida gambeta improductiva que, para peor, generó peligrosos contragolpes rivales. Por tal motivo no alcanza con repetir frases como "el sistema de Maradona no lo favorece", "en el Barcelona lo saben aprovechar" o cualunquismos de ese tipo que tienen por objeto reponer las maravillas de un jugador destinado a la gloria y los paraísos de la publicidad. Si persiste la comparación con Diego, vale la pena decir que una de las virtudes de Maradona radicaba en trascender-desobedecer los sistemas tácticos -aún los jeroglíficos de Bilardo- con talento, con viveza y, sobre todo, con inteligencia. De no ser así -esto es: evitar la agobiante comparación-, resta más un Messi fabuloso aunque invisible que un Messi en el banco y con hambre de demostrar sus habilidades y destrezas catalanas.
En definitiva, y más allá de los reparos, el ensayo ante Alemania dejó algunas notas positivas. No es poco para los tiempos actuales vencer con justicia a un seleccionado tricampeón del mundo en condición de visitante. Y si se habla de los tiempos actuales conviene recordar que el ciclo Maradona transcurre en un contexto deportivo, político y social muy especial. Y por eso, desde el aprendizaje recíproco al que asistimos con Maradona como entrenador del seleccionado, cabe señalar matices, sugerencias y, también, la carga onerosa de personajes que promueven su naugrafio con viejas recetas.
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