Los cuatro partidos restantes de la Copa de Campeones 2009/2010 arrojaron como dato sustantivo la sobresaliente actuación del Barcelona, señalado como gran candidato a acreditar su 4º trofeo en la cotizada liga europea, y la clasificación de tres equipos con y sin historia en la competencia para completar la grilla de cuartos, entre ellos Inter, CSKA y Burdeos, quienes se suman, de este modo, al Lyon, Bayer Munich, Manchester United y Arsenal. Esto es: dos ingleses, dos franceses, un español, un italiano, un alemán y un ruso. En contrapartida al seleccionado dirigido por Raymond Domenech, el fútbol galo crece sostenidamente en el certamen internacional de clubes, e incluso jugadores, dirigentes e hinchas del Lyon creen posible cumplir con un objetivo mayúsculo: arribar al Bernabeu por segunda vez en 2010.
Claro que la segunda semana de copa tuvo un protagonista estelar, argentino de nacimiento, extranjero cuando construye maravillas televisadas, siempre exhibidas en breves compactos que, generalmente, contienen para algunos espectadores de nuestro país una indisimulable dósis de irrealidad. La referencia, claro está, apunta a Lionel Messi, nuevamente en el centro de la escena tras otro desempeño brillante en el Barcelona, que suscita rebosantes muestras de admiración en Cataluña y su exitada prensa deportiva. Es que Messi, como indican sus números, ya entró en la historia grande del Barsa: ganó 12 títulos locales e internacionales desde su debut en 2003, en la actual temporada anotó 31 goles en 37 partidos, recibió 22 distinciones el último año, convirtió en reiteradas oportunidades ante Real Madrid y es, para muchos, el mejor futbolista que vistió la camiseta blaugrana. Demasiado título para no admirarlo en aquella ciudad del país ibérico. Más: demasiada entrega para no considerarlo catalán.
Y, en rigor, Messi juega en un fútbol que conoce, en un club que lo cobijó desde chico y le paga un sueldo altísimo. Razón por la cual parece inútil insistir con las teorías que escuchamos en Argentina tendientes a puntualizar el contraste con sus prestaciones en el seleccionado, todas ellas relativas a los saberes de un técnico (Pep Guardiola) que exprime con inteligencia su consabido talento o las de un equipo horizontal que potencia sus virtudes. Desde este espacio reafirmamos el concepto expuesto en otro artículo: los desempeños de Messi en la Selección Argentina no remiten a un entrenador confundido, incapaz de encontrarle un rol adecuado en la cancha o cautivo de un esquema donde el rosarino no luce ni sobresale ni gravita a raíz de su ubicación en el rectángulo. Entre otras cosas porque los buenos jugadores, los verdaderos cracks, han sabido trascender -en mayor o menor medida- a los sistemas tácticos más lesivos y a las maniobras urdidas por técnicos conservadores o balbuceantes. El jugador de Barcelona, sin embargo, justifica holgadamente su inclusión en el selecto grupo de cracks de todos los tiempos.
En consecuencia, tal vez sea pertinente considerar otros factores que expliquen las dos caras de Messi. El escritor y periodista Juan Sasturain, un futbolero apasionado, estudió el caso y arribó a una hipótesis interesante, acaso menos original que precisa en su diagnóstico. "Messi es ejemplar porque no se parece a ninguno de los de acá, es un jugador que se hizo afuera, un futbolista extranjero porque nunca jugó acá. Entonces para él lo artificial es esto, tiene que hacer un proceso similar, pero invertido, al que hicieron otros jugadores. En cuanto a su rol no es un líder ni tiene capacidad estratégica", sostiene. Lo relevante de esta observación es, precisamente, que Sasturain desvía la atención hacia otros componentes propios del fútbol, por ejemplo subraya la influencia de aspectos psicológicos y culturales, dos ítems clave e íntimamente vinculados con la adaptación del rosarino. Adaptarse, cabe recordar, es absorber las presiones de un ambiente implacable y entrenado para la crítica, convivir con comparaciones forzosas (en muchos casos interesadas), tolerar extrañamientos en una tierra extraña.
Esto último no pretende justificar la irregularidad Messi en el seleccionado, simplemente introduce un nuevo de punto de vista entre debates centrados en estrategias y dispositivos tácticos, en los cuales da exactamente igual si Messi juega de nueve, de puntero derecho o de diez. Con la presunción, eso sí, de que al jugador del Barcelona parecerían sobrepasarlo las exigencias o, peor aún, su aparente desidia dispara dos tipos de creencias: la de hacer poco y nada por la reclamada adaptación, y la de priorizar su lucimiento individual en desmedro del equipo.
Así y todo, Messí se encamina a otra gran temporada, tal vez mejor que 2009 por tratarse de un año especial. No muchos argentinos, al cabo, pueden consagrarse nuevamente en la Liga de Campeones y en la ajena Madrid, aunque con los colores queridos de la patria chica.
Pablo Provitilo
Claro que la segunda semana de copa tuvo un protagonista estelar, argentino de nacimiento, extranjero cuando construye maravillas televisadas, siempre exhibidas en breves compactos que, generalmente, contienen para algunos espectadores de nuestro país una indisimulable dósis de irrealidad. La referencia, claro está, apunta a Lionel Messi, nuevamente en el centro de la escena tras otro desempeño brillante en el Barcelona, que suscita rebosantes muestras de admiración en Cataluña y su exitada prensa deportiva. Es que Messi, como indican sus números, ya entró en la historia grande del Barsa: ganó 12 títulos locales e internacionales desde su debut en 2003, en la actual temporada anotó 31 goles en 37 partidos, recibió 22 distinciones el último año, convirtió en reiteradas oportunidades ante Real Madrid y es, para muchos, el mejor futbolista que vistió la camiseta blaugrana. Demasiado título para no admirarlo en aquella ciudad del país ibérico. Más: demasiada entrega para no considerarlo catalán.
Y, en rigor, Messi juega en un fútbol que conoce, en un club que lo cobijó desde chico y le paga un sueldo altísimo. Razón por la cual parece inútil insistir con las teorías que escuchamos en Argentina tendientes a puntualizar el contraste con sus prestaciones en el seleccionado, todas ellas relativas a los saberes de un técnico (Pep Guardiola) que exprime con inteligencia su consabido talento o las de un equipo horizontal que potencia sus virtudes. Desde este espacio reafirmamos el concepto expuesto en otro artículo: los desempeños de Messi en la Selección Argentina no remiten a un entrenador confundido, incapaz de encontrarle un rol adecuado en la cancha o cautivo de un esquema donde el rosarino no luce ni sobresale ni gravita a raíz de su ubicación en el rectángulo. Entre otras cosas porque los buenos jugadores, los verdaderos cracks, han sabido trascender -en mayor o menor medida- a los sistemas tácticos más lesivos y a las maniobras urdidas por técnicos conservadores o balbuceantes. El jugador de Barcelona, sin embargo, justifica holgadamente su inclusión en el selecto grupo de cracks de todos los tiempos.
En consecuencia, tal vez sea pertinente considerar otros factores que expliquen las dos caras de Messi. El escritor y periodista Juan Sasturain, un futbolero apasionado, estudió el caso y arribó a una hipótesis interesante, acaso menos original que precisa en su diagnóstico. "Messi es ejemplar porque no se parece a ninguno de los de acá, es un jugador que se hizo afuera, un futbolista extranjero porque nunca jugó acá. Entonces para él lo artificial es esto, tiene que hacer un proceso similar, pero invertido, al que hicieron otros jugadores. En cuanto a su rol no es un líder ni tiene capacidad estratégica", sostiene. Lo relevante de esta observación es, precisamente, que Sasturain desvía la atención hacia otros componentes propios del fútbol, por ejemplo subraya la influencia de aspectos psicológicos y culturales, dos ítems clave e íntimamente vinculados con la adaptación del rosarino. Adaptarse, cabe recordar, es absorber las presiones de un ambiente implacable y entrenado para la crítica, convivir con comparaciones forzosas (en muchos casos interesadas), tolerar extrañamientos en una tierra extraña.
Esto último no pretende justificar la irregularidad Messi en el seleccionado, simplemente introduce un nuevo de punto de vista entre debates centrados en estrategias y dispositivos tácticos, en los cuales da exactamente igual si Messi juega de nueve, de puntero derecho o de diez. Con la presunción, eso sí, de que al jugador del Barcelona parecerían sobrepasarlo las exigencias o, peor aún, su aparente desidia dispara dos tipos de creencias: la de hacer poco y nada por la reclamada adaptación, y la de priorizar su lucimiento individual en desmedro del equipo.
Así y todo, Messí se encamina a otra gran temporada, tal vez mejor que 2009 por tratarse de un año especial. No muchos argentinos, al cabo, pueden consagrarse nuevamente en la Liga de Campeones y en la ajena Madrid, aunque con los colores queridos de la patria chica.
Pablo Provitilo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario