Después de su estreno comercial y la correspondiente circulación de copias piratas a lo largo y a lo ancho de la Argentina, ayer la señal I-Sat puso al aire el documental Maradona by Kusturica, filmado entre 2005 y 2007 por el citado realizador nacido en la ex Yugoslavia. Un film interesante, bien estructurado en su narración dramática, cuyo declarado propósito jamás se oculta en los 90 minutos que dura la obra: reivindicar el espíritu contestatario de Maradona, expresado en múltiples perfiles: el revolucionario tatuado con imágenes del Che y Fidel Castro, el militante subido a un tren rumbo a una cumbre de líderes latinoamericanos, el enemigo de Bush y Margaret Thatcher, el adicto recuperado aunque no repuesto de la culpa y la pena, el futbolista extraordinario capaz de desatar fervorosas adhesiones en el sur de Italia al derrotar, aunque sea en el plano simbólico, a la opulencia del norte, el villero orgulloso que no traiciona a su clase. Todos esos Maradonas conviven en Maradona, y Kusturica, mediante un minucioso estudio, lo representa con fidelidad y afecto.
Se destacan, en tal sentido, varias escenas aunque dos de ellas parecen las más logradas del documental. La primera se centra en una fiesta donde se observa a un Maradona excedido de peso, con rostro perdido en un salón extrañamente sin grandes multitudes, entonando en un improvisado escenario la canción "La mano de dios", del bailantero Rodrigo, acompañado de sus dos hijas, ex compañeros de profesión como Héctor Enrique y Nery Pumpido, y allegados que suelen disfrutar/usufructurar de la amistad del diez. Finalizada la canción Maradona intenta un diálogo con Claudia, su ex esposa, y dice con voz tímida y endeble: "¿Por qué no subiste"?. Silencio y telón. Otro momento valioso transcurre en los tramos finales cuando el cantante Manu Chao, arrumbado en una pared cualquiera de una ciudad cualquiera, le dedica una canción emocionante titulada "La vida Tómbola". Silencio y cierre.
Sin embargo la película incluye momentos fallidos, especialmente todos aquellos en los cuales Kusturica abusa en mostrar su amistad con Maradona, amén de los cruces con extractos de otras películas del director, entre ellas Gato Negro, Gato Blanco (1998) o Papá está en viaje de negocios (1985). En consecuencia, el producto final no resuelve el dilema planteado desde el inicio: ¿Es una biografía o una autobiografía?.
Distinto es el caso de Amando a Maradona, otro documental sobre el diez estrenado en 2005, cuyo nudo temático focaliza en la devoción que genera el diez en distintas latitudes y distintas épocas. Sin desconocer las simpatías políticas de Maradona, Javier Vázquez, su director, elige una original manera de contarlo: con gestos, detalles, testimonios inéditos, y un punto de vista que difiere del de Kusturica: aquí se procura mostrar al Maradona revulsivo, al personaje irreverente, al símbolo popular desalineado por el peso y por el peso de sus ideas, pero lejos de la toma ambiciosa y narcisista. Con un montaje, además, impecable y en el cual la música parece condensarlo y explicarlo todo. Aunque las palabras, el lenguaje maradoniano, es tan imprescindible como la rémora de sus gambetas y sus goles. Amando a Maradona nos lo recuerda en un fragmento donde Diego distingue entre ser "público" y ser "popular", o en otro tramo en el cual señala con ese enfásis de quienes saben que en ciertas cosas no hay medias tintas porque hay hábitos adquiridos que no se olvidas : "que yo sepa, el asfalto no se come".
Son dos películas, en definitiva, que se complementan y, paralelamente, disparan diversas lecturas, ya sea para los críticos cinematográficos, para los estudios culturales, o para la lingüística. Por caso si utilizamos figuras retóricas de la gramática, en un caso el filme se entiende por metonimia (una cosa designa otra por contigüidad): Kusturica por Maradona podría ser el título del filme. Y en el otro cabría pensar si Amando a Maradona no es una hermosa e indispensable metáfora (una cosa designa a otra mediante una condensación basada en un sistema de comparaciones por semejanza) que también funciona por metonimia. Porque es un retrato contundente que, a través de Maradona, habla del fútbol y la pasión trasladada a otros ámbitos, un juego de espejos en el cual una determinada sociedad reconoce la última posibilidad de afirmarse en el mundo.
Se destacan, en tal sentido, varias escenas aunque dos de ellas parecen las más logradas del documental. La primera se centra en una fiesta donde se observa a un Maradona excedido de peso, con rostro perdido en un salón extrañamente sin grandes multitudes, entonando en un improvisado escenario la canción "La mano de dios", del bailantero Rodrigo, acompañado de sus dos hijas, ex compañeros de profesión como Héctor Enrique y Nery Pumpido, y allegados que suelen disfrutar/usufructurar de la amistad del diez. Finalizada la canción Maradona intenta un diálogo con Claudia, su ex esposa, y dice con voz tímida y endeble: "¿Por qué no subiste"?. Silencio y telón. Otro momento valioso transcurre en los tramos finales cuando el cantante Manu Chao, arrumbado en una pared cualquiera de una ciudad cualquiera, le dedica una canción emocionante titulada "La vida Tómbola". Silencio y cierre.
Sin embargo la película incluye momentos fallidos, especialmente todos aquellos en los cuales Kusturica abusa en mostrar su amistad con Maradona, amén de los cruces con extractos de otras películas del director, entre ellas Gato Negro, Gato Blanco (1998) o Papá está en viaje de negocios (1985). En consecuencia, el producto final no resuelve el dilema planteado desde el inicio: ¿Es una biografía o una autobiografía?.
Distinto es el caso de Amando a Maradona, otro documental sobre el diez estrenado en 2005, cuyo nudo temático focaliza en la devoción que genera el diez en distintas latitudes y distintas épocas. Sin desconocer las simpatías políticas de Maradona, Javier Vázquez, su director, elige una original manera de contarlo: con gestos, detalles, testimonios inéditos, y un punto de vista que difiere del de Kusturica: aquí se procura mostrar al Maradona revulsivo, al personaje irreverente, al símbolo popular desalineado por el peso y por el peso de sus ideas, pero lejos de la toma ambiciosa y narcisista. Con un montaje, además, impecable y en el cual la música parece condensarlo y explicarlo todo. Aunque las palabras, el lenguaje maradoniano, es tan imprescindible como la rémora de sus gambetas y sus goles. Amando a Maradona nos lo recuerda en un fragmento donde Diego distingue entre ser "público" y ser "popular", o en otro tramo en el cual señala con ese enfásis de quienes saben que en ciertas cosas no hay medias tintas porque hay hábitos adquiridos que no se olvidas : "que yo sepa, el asfalto no se come".
Son dos películas, en definitiva, que se complementan y, paralelamente, disparan diversas lecturas, ya sea para los críticos cinematográficos, para los estudios culturales, o para la lingüística. Por caso si utilizamos figuras retóricas de la gramática, en un caso el filme se entiende por metonimia (una cosa designa otra por contigüidad): Kusturica por Maradona podría ser el título del filme. Y en el otro cabría pensar si Amando a Maradona no es una hermosa e indispensable metáfora (una cosa designa a otra mediante una condensación basada en un sistema de comparaciones por semejanza) que también funciona por metonimia. Porque es un retrato contundente que, a través de Maradona, habla del fútbol y la pasión trasladada a otros ámbitos, un juego de espejos en el cual una determinada sociedad reconoce la última posibilidad de afirmarse en el mundo.
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