La sabiduría popular, parte insustituible del fenómeno del fútbol, designó con perspicaz ingenio el mote de "pecho frío" a aquellos equipos lánguidos, indómitos, faltos de carácter para acreditar logros resonantes. Indirectamente generó un mensaje puertas adentro, es decir a los del bando propio: jugar con pasión, sin regalar nada, a tono con el linaje y los pergaminos de los colores queridos. Todo un riesgo, cabe decir, cuando el ingenio no aparece y las pulsaciones aceleradas de los players nublan las ideas, confunden hombría con torpes guapezas, horadan las fortalezas de conjunto. Porque la actitud, elemento importante, exige un respaldo que remite ineludiblemente al juego.
San Lorenzo desde el arribo del mecenas Tinelli es un buen ejemplo de esto último. En el período 2008-2009 registra una andanada de expulsiones, amén de mala conducta generalizada y conflictos internos resueltos entre piñas y discusiones por los premios. Una explicación posible alude a la presión de saberse favorito y candidato de cuanta competencia se dispute, dado que hay un contrato tácito entre partes; así como el grupo económico invierte dinero, los jugadores también deberían invertir sudor y esfuerzo para lograr triunfos. Algo lógico, en definitiva, que presenta situaciones similares en otros clubes. Sin aportes de afuera pero ofreciendo las mejores condiciones de trabajo, dirigentes de diversas entidades esperan el buen rendimiento del equipo a partir de brindar salarios al día y exhibir un sólido orden institucional. No abundan, es cierto, pero en el fútbol argentino hay casos de este tipo.
Aunque, de todos modos, existe un matiz que diferencia a San Lorenzo del resto si se considera que se trata de un proyecto exclusivamente supeditado a conseguir resultados ya, sin tiempo para permitirse malas actuaciones ni jugadores carentes de espíritu, a tono con los compromisos convenidos. Una muestra, entre otras, la aportó Santiago Solari, jugador reconocido por su educación europea que terminó cautivo de esa maquinaria que reclama éxitos como sea y olvida las formas. Aquel Solari de lenguaje pulido y comportamiento ejemplar mutó en un bravucón maltrecho, sudamericanizado según el análisis de quienes creen ver -con anteojeras- pulcritud y corrección en el Viejo Continente. Otro tanto ocurre hoy con Bernardo Romeo, más preocupado en el roce y la ingrata lucha de amedrentar defensores que en armar sociedades con sus compañeros, reclamar asistencias, ratificar su estirpe goleadora.
Así, San Lorenzo es un equipo de pecho inflado, caluroso, consciente de sus atributos. Los futbolísticos, presumiblemente, serán los que lleven al ansiado éxito.
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