martes, febrero 02, 2010

MEDIOS // Maradona y el orgullo plebeyo


Pasados los fuegos de la célebre conferencia de prensa de Diego Maradona post-partido ante Uruguay, nos hemos empecinado, desde este marginal blog deportivo, en seguir de cerca los discursos de diversos actores del campo cultural, literario y periodístico, referido a un episodio cuyos impactos perduran, ya sea por condensación o por desplazamiento, hacia cuestiones que exceden lo deportivo, que hablan del pulso de una sociedad, de sus síntomas y de sus miedos, de sus prejuicios y su intolerancia reprimida que, cuando aflora, exhibe su rostro verdadero, representada ficcionalmente por Capusotto en el personaje Micky Vainilla, levemente exagerado, pero anclado en contornos reales. En caso contrario: el personaje no hubiera trascendido ni motivado discusiones postreras.

Retomando los efectos y derivaciones de aquella noche en Montevideo, si uno recorta un corpus de artículos y textos publicados en medios gráficos en los últimos meses, advierte un mosaico heterogéneo de lecturas, a favor y en contra, que en todos los casos parecerían revelar una certeza entre las incertidumbres de un tiempo saturado de informaciones contaminadas: la presunta "incontinencia verbal" de Maradona, sus "groserías", evidenciaron una dimensión del conflicto enraizado en la sociedad y del cual Maradona, víctima de sus contradicciones y presumiblemente sin proponerselo, repuso en clave política.

Ese dato recorre, aun hoy, las agendas de todos los medios y los debates callejeros, especialmente porque el protagonista no es cualquier emisor: es Maradona y el paisaje enmohecido de Fiorito, el ídolo popular monstruoso de la Argentina con sus excesos dentro y fuera de la cancha, el producto que los grandes medios promocionaron desde las agobiantes invocaciones de la patria hasta los últimos vestigios de la argentinidad trágica que, se dice, corporiza su figura. Imposible, por tanto, no advertir una fisura detrás del personaje, o al menos no advertir que hay un plebeyismo soterrado que exige ser más cuidadadosos para la imputación denigratoria y la sumatoria de gestos concatenados en "lo grosero/grotesco/desbocado".


Desconocer o, peor todavía, negar el plebeyismo de Maradona, como sugiere el sociólogo Pablo Alabarces en uno de los artículos escogidos, conlleva riesgos y olvida lo fundamental: el registro histórico desde el cual habla el diez y su eficacia, su potencialidad, para crear climas plausibles de disputar sentidos, sobre todo sentidos hegemónicos. Dice Alabarces: "Maradona ha dejado de ser el "negrito respondón y deslenguado" de los 90 para ser un simple bocón que la juega de plebeyo irreverente. Pero de transgresor no le queda nada: por eso elige para su desboque las mismas y repetidas metáforas homófobicas y machistas de los chistes de Yayo (Guridi, integrante de Showmatch). Durante veinte años Maradona significó, con sus idas y vueltas, la continuidad de la irrupción plabeya e irreverente del primer peronismo. En los siguientes diez, Maradona reprodujo la domesticación de ese mismo peronismo. Si lo que queremos es cuestionar la hipocresía moral de la derecha argentina, no lo conseguiremos reivindicando el sexismo desaforado del gran bocón argentino".


La reflexión de Alabarces prioriza la superficilidad del gesto retórico en la conferencia en Montevideo, centrándose en lo que, precisamente, es uno de los rasgos constitutivos del plebeyismo de Maradona. Cuando Diego confronta con los poderes reales no puede, no podría, eludir las marcas de origen, ni tampoco los lenguajes televisivos del medio que lo proyectó, lo consolidó y luego lo descalificó cuando confrontó con sus intereses. Es decir, Maradona no puede escapar de una determinación (de clase, de credo, de lenguaje) que, al mismo tiempo, robustece su condición de personaje irreverente, maldito y que expresa un malestar.
Y que posibilita, sobre todo y sin que Maradona lo sepa conscientemente, disputar sentidos con alguna chance de éxito. "Maradona ha sabido o al menos ha querido tener siempre la última palabra: él define, cristaliza, rubrica, como se decía antes. El cierre le pertenece. Usa las palabras en definiciones, comparaciones y réplicas a la manera de toques, latigazos o cambios de frente como si hablara -creativa y saludablemente- con los pies", explica el escritor y periodista Juan Sasturain en La Patria transpirada (2006).

Maradona no interrumpe la saga que anuncia Sasturain. No son lo mismo "las guarradas sexistas" de Yayo y de Tinelli que las apelaciones homófobicas -también sexistas- de Maradona. Simplemente porque quien habla, su lugar enunciativo, pertenece al Maradona que creció entre lo crudos paisajes de la pobreza y los estudios de televisión, y porque el/los destinatarios "del sexismo desaforado" de Diego son otros: el poder real y no los hombres y mujeres de su misma condición.