Auténticos protagonistas del espectáculo, estrellas descamisadas o con pilchas de lujo, desde hace rato los entrenadores ocupan el centro de la escena en el fútbol argentino, ya sea para recibir elogios empalagosos en las victorias o críticas impiadosas en las derrotas. Nada nuevo, al cabo, excepto por ciertos mitos o verdades instaladas que conviene revisar-problematizar a luz de algunos acontecimientos recientes (el despido injustificado de Claudio Vivas de Racing Club o las influyentes voces que exigen echar a Luis Zubeldía de Lanús).
Se ha señalado en reiteradas oportunidades, con sensatez y buen tino, que los torneos cortos configuran un escollo para el trabajo de los técnicos debido a factores íntimamente vinculados: aceleran los tiempos para conseguir resultados, reducen el margen de error, obturan proyectos a largo plazo producto de la ya cuestionada cultura de la inmediatez y la obsesiva presión de dirigentes e hinchas por conseguir éxitos. Suena convicente y razonable: los campeonatos cortos generan tensión y condicionan objetivos. Sin embargo, si se toman en cuenta los dos torneos más importantes del medio local -Primera División y B Nacional- encontramos curiosidades que vale la pena consignar.
En la temporada 2009-2010, por ahora y solo por ahora, 11 fueron los técnicos cesanteados, renunciantes o retirados por decisión propia o consensuada en la máxima categoría. Ricardo Zielinsky (Chacarita), Héctor Rivoira (Atlético Tucumán), Leonardo Madelón y Pablo Fernández (Gimnasia y Esgrima La Plata), Diego Cocca y Enzo Trossero (Godoy Cruz), Néstor Gorosito (River), Alfio Basile (Boca), Diego Cagna (Tigre) y Ricardo Caruso Lombardi y el citado Vivas (Racing) integran la nómina de entrenadores que abandonaron sus respectivos clubes en el último año, la mayoría de ellos a raíz de rachas adversas, conflictos coyunturales o promesas de victorias incumplidas. Una cifra alta, altísima podría decirse, dada la cantidad de jornadas -23, 19 correspondientes al Apertura y 4 al Clausura- aunque lógica si se consideran los ítems puntualizados más arriba.
Lo que complejiza el análisis e introduce una flexión en la interpretación del fenómeno es comparar la situación de los técnicos de Primera División con los de la B Nacional. Allí también el recuento incluye un número elevado de entrenadores despedidos-renunciantes, entre ellos José María Bianco (Quilmes); Oscar Blanco, Víctor Molina (Italiano); Jorge Ghuiso (Ferro); Fernando Quiroz (Independiente Rivadavia de Mendoza); Omar Labruna, Daniel Primo (Belgrano); Jorge Almirón (Defensa y Justicia), Ricardo Kuzemka (Platense), Leonardo Fernández-Javier Graziottin, Ricardo Dabrowsky (Tiro Federal); y Pablo Corti (Aldosivi). Doce en total. Pero con una diferencia sustantiva, imposible de soslayar: la B Nacional es un certamen largo, pautado a 38 fechas y con amplias y generosas posibilidades de revertir un mal arranque o un circunstancial tiempo de desdichas.
Podría deducirse, siempre en el plano de las hipótesis y a partir de un corte sincrónico como el que propone este artículo, que no habría una sola razón que explique la continua inestabilidad de los técnicos (los demonizados torneos cortos) sino que parecerían confluir varios factores ceñidos a un entramado de relaciones sociales acaecidas en el fútbol desde hace tiempo y consolidadas en las dos últimas décadas. En consecuencia, se impone mirar en perspectiva, evaluar un proceso y detenerse en los aspectos culturales: mientras el triunfo, las luces de la victoria y la impunidad de los providenciales vencedores constituyan el único horizonte posible, los técnicos difícilmente escapen de las presiones y los murmullos agobiantes que dificultan su tarea. Muchísimo más cuando los propios involucrados, al margen de unas pocas excepciones, aceptan el lugar asignado por otros o, peor aún, aceptan las célebres -y nunca interrogadas ni escritas- "reglas del juego".
No obstante, y por suerte, hay fisuras. Hace poco Diego Simeone ensayó una crítica sobre las difíciles condiciones que enfrentan los técnicos en Argentina, especialmente porque focalizó en el ambiente y su discurso riguroso e implacable. Si bien pareció tardía y no hubo un ápice de autocrítica -el entrenador de San Lorenzo, además de dramatizar y vestir para las cámaras, es un prototipo del enunciado lindante con el absurdo que reza "lo importante siempre es ganar"-, acertó y dio en la tecla al enumerar a todos los actores intervenientes que desatan miradas inquisidoras en torno del trabajo de los técnicos.
Acaso sea un buen punto de partida para reformular determinadas verdades y situar el debate en el lugar adecuado. Debate que el mundo del fútbol, y fundamentalmente algunos comunicadores, desplazaron con omisiones, enfoques distorsionados y desembozado desparpajo a una zona gris donde funciona -con eficacia indudable- una de las máximas de ciertas teorias políticas dogmáticas: "Cuanto peor, mejor".
Pablo Provitilo
viernes, febrero 19, 2010
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