martes, febrero 23, 2010

COPA LIBERTADORES // Ruidos de copa


Las primeras imágenes de la Libertadores entregaron, en apariencia, rendimientos dispares en lo que atañe a la presentación de los equipos argentinos. Impensadamente, Ñuls y Colón quedaron eliminados en primera fase, algo que encendió las alarmas en un ambiente sensible a la derrota y propenso al escarnio lapidario ante los hechos consumados.

Pero hete aquí que Argentina no abarca solo a la provincia de Santa Fe y exhibe con orgullo en la actual competencia a su flamante campeón, Estudiantes de La Plata, a quien puede concedérsele una actuación fallida tras un periplo en la copa que comenzó en el repechaje del 2009 con aquel agónico gol de Ramón Lentini y terminó en la final de Abu Dhabi, en diciembre pasado, ante uno de los mejores Barcelona de la historia. Secundado, asimismo, por dos representantes nacionales vigorosos y dispuestos a honrar la vieja estirpe en el torneo continental: Vélez y Banfield, los campeones locales recientes, punteros en sus respectivos grupos y, en el caso del club del sur del Gran Buenos Aires, con récord incluido (convirtió 4 goles en Ecuador, único equipo argentino en conseguirlo). Un escalón debajo aparece Lanús, inmaduro y novato para la cátedra aunque capaz de protagonizar hechos notorios, por ejemplo disputar por tercer año consecutivo, y por primera vez en su joven historia (aún no celebró su centenario), la Libertadores.

Por tanto, conviene evitar los análisis apresurados o circunscriptos a un decálogo donde solo cuenta describir un paisaje brumoso. El fútbol argentino no atraviesa un momento de esplendor, verdad de perogrullo, pero tampoco parece condensar la decadencia de un imperio ni merece operaciones interesadas que lo denigren. ¿Cuáles? Insistir con la ausencia de los tradicionales grandes, por un lado, y acomodar el discurso conforme con los resultados: si triunfan simultáneamente Vélez, Estudiantes y Banfield se hablará de entidades sólidas, bien administradas en desmedro de los clubes ineficientes y perdedores, si vencen dos o uno de ellos la palabra fetiche será "excepciones" o, como se dijo, "las moscas blancas".

Ocurre que no hay una lectura novedosa, reveladora o constructiva cuando la crítica olvida el carácter dinámico que tiene un juego (hace 27 años, por caso, ninguno de los llamados grandes participó de la copa) o descubre, repentinamente, un mal endémico en nuestro fútbol vinculado con estructuras anquilosadas, corruptas y proclives a pergeñar negocios fraudulentos. En Argentina desde hace rato se juega mal o muy mal y otras voces, calificadas o con menos cartel, alertaron sobre la deficitaria organización y sus derivaciones. Llega tarde la observación. Que, cabe aclarar y entre parentesis, no son las únicas razones para graficar un tiempo de crisis y de transición: se observa un cambio de paradigma a nivel mundial y un futuro complejo para Sudámerica ante la proliferación de virtuosos futbolistas de otras latitudes y de otros mercados.

Sería sensato y honesto, en consecuencia, admitir que hay un deterioro en varios niveles pero que obedece a un proceso de muchos años donde también existieron -y existen- desvíos, contradicciones, resistencias, tensiones, ejemplos valiosos. La Libertadores 2010 presenta a sus dignos, respetables y lúcidos representantes locales, que también son patrimonio de un alicaído fútbol argentino cuyo prestigio en las copas -y pese a la curva descendente señalada por diversos motivos-sigue intacto, más allá de que los tradicionales grandes la miren por televisión o la selección nacional clasifique con dramatismo a una copa del mundo (en 1986 sucedió algo similar). Banfield, Vélez, Estudiantes y Lanús merecen otro trato que la reverencia circunstancial para diluir aquellos núcleos positivos de una historia que no estalló ayer ni exhibe señales de explicar nada, de acuerdo con la participación de los equipos nacionales en los torneos continentales.

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