jueves, noviembre 11, 2010

RIVER // La derrota cultural



Lo que antes era un orgullo, una bendición del destino o una oferta irresistible con solo recibir el llamado de River, hoy se convirtió en una opción de tercer o cuarto orden, poco seductora y hasta desechable para los entrenadores y jugadores, independientemente del ofrecimiento económico, en algunos casos muy apetecible. Se trata de un hecho sorprendente, raro, definitivamente novedoso. Pero inmerso en un período oscuro de la institución millonaria que dispara, al mismo tiempo, diversos interrogantes e hipótesis, tendientes a adentrarse en un fenómeno que repone algo indisimulable: la endémica crisis de River y sus efectos ilimitados manifiestos en finanzas alicaídas, inminente descenso, corrupción en varias esferas, prestigio dinamitado.

Desde la salida de Ramón Díaz en 2003, cuando amanecía la gestión Aguilar, ningún técnico millonario logró evitar turbulencias y severos padecimientos durante sus mandatos. La nómina abarca a Manuel Pelegrini, Leonardo Astrada, Reinaldo Merlo, Daniel Passarella, Diego Simeone, Néstor Gorosito, nuevamente Astrada, y Ángel Cappa. Con resultados dispares, con más errores que aciertos, con asombrosa terquedad para no enderezar rumbos erráticos y conflictivos, todos sufrieron su estada en el cargo, ya sea por rendimientos lindantes con lo vergonzoso o por la presiones heredadas de la victoriosa década del '90 (para River, huelga aclarar), donde se naturalizaron los éxitos de un club aparentemente destinado a la gloria permanente.

Una causa del penoso cuadro de situación, queda claro, obedece a la dirigencia encabezada por Aguilar-Israel, responsable de desmantelar el equipo profesional y sus inferiores, de no seguir ni apostar a un proyecto con bases sólidas, de contratar a entrenadores que llegaron desbordados por el entusiasmo y terminaron deprimidos y enemistados con el mundo. Las secuelas están a la vista y, como se dijo en otro momento, la reconstrucción demanda tiempo, razón por la cual conviene no cargar de culpas a Passarella, dado que los enojos y los rechazos de Ramón Díaz y Américo Gallego -por ejemplo- parecerían corresponderse con el estado de la institución en la actualidad. ¿Qué se ve, desde afuera, del River de hoy? una cáscara vacía sostenida por multitudes desorientadas, un museo de cuadros viejos vencidos por el tiempo, un horizonte que no seduce ante los nervios de los hinchas, la confusión de los nuevos y viejos dirigentes y las miradas impiadosas de un medio que también se encargó de hundirlo en su desdicha alimentando risas exteriores y escenas del rídiculo, seguramente redituables en términos del negocio.

Las incógnitas, de acuerdo con este panorama, emergen nítidas, agravadas por un pesimismo sin posibilidad de revertirse en el corto plazo: ¿por qué este club, en la última década, siempre está mal? ¿Por qué la ilusión dura lo que dura una racha goleadora de Funes Muori o Radamel Falcao? ¿Cómo devolverle la esperanza a contingentes de escépticos que solo reencuentran su identidad y el amor por su club mirando ciertos colores de sus tribunas? Tal vez las respuestas haya que buscarlas en la derrota cultural que dejó el aguilarato. River se quedó sin resortes institucionales, anímicos y mediáticos que motivaron, lentamente, el nacimiento de una nueva historia. Este club, hoy, dejó de ser poderoso para marcar los ritmos del fútbol argentino, batalla en soledad contra los heterogéneos odios que supo ganarse, piensa y pierde como club chico, olvidó sus mejores páginas hasta transformarse en una entidad sin objetivos ni futuro, impotente para superar los desafíos deportivos en una sociedad que es distinta, que todo lo ve y todo lo dice, que le exige afirmarse con ideas renovadas, con transparencia, con fortaleza espiritual para volver a convocar y entusiasmar no solo a sus hinchas.

Se explican, entonces, las razones de jugadores y técnicos que le dicen que no. Lejos de una bendición, arribar a River configura actualmente un castigo. El último lugar posible para intentar disfrutar, crecer profesionalmente y, en el colmo de las ilusiones, llegar a ser feliz.

No hay comentarios.: