lunes, noviembre 08, 2010
ALL BOYS // La historia nuestra
José Romero es, quizás, un personaje aun desconocido en el mundo del fútbol. Su perfil bajo y modesto, sus inseguridades lógicas y su mesura en la victoria o en la derrota, características disonantes para un medio que les exige y les adjudica a los entrenadores poderes mágicos, alta exposición y saberes en distintos terrenos, aminoran la figura de este técnico que logró meterse definitivamente en la historia de un club, como muchos otros nombres que enaltecen la trayectoria de entidades prestigiosas del fútbol argentino. La lista es larga y variada, el juicio tal vez antojadizo. No obstante Pepe, símbolo de este ciclo venturoso de All Boys, ya se aseguró el cariño y reconocimientos futuros similares a los de Osvaldo Zubeldía, en Estudiantes de La Plata, Juan Carlos Lorenzo y Carlos Bianchi, en Boca, Ángel Labruna y Ramón Díaz, en River, por citar algunos apellidos destacables.
La referencia no solo se vincula con los conocimientos del entrenador ni con las presuntas influencias decisivas para enhebrar un período exitoso en base a triunfos continuos. Nada depende de una persona. Nunca. Aquí cuenta, por el contrario, un recorrido que, tras otro impacto conseguido por el cuadro de Floresta, ante el mismísimo River, se torna imprescindible repasar. Porque Romero corporiza y sintetiza como pocos lo que es este del club del trabajo silencioso y la paciencia, de las oportunidades negadas y las reseñas en tamaño miniatura, de las distancias visibles que lo separaron de la dicha durante décadas, expresadas en un anonimato que parecía perpetuo, en fallidos intentos por apostarse en un estrado superior, en el ritmo mediocre de una entidad y un barrio destinados a confinarse en sus propios bordes y sus propias limitaciones. Conviene, en tal sentido, recordar de dónde viene este club y, consecuentemente, los primeros días de Romero en el cargo (la encrespada B Metropolitana) para evitar lo que constituiría el peor gesto posible en estos tiempos pródigos: naturalizar lo mucho conseguido, algo que no cambiará si All Boys pierde la categoría. Cuestión que no exime de reparar en posibles errores de su conductor.
Hablar de Romero, volver sobre su figura, es -por todas estas razones- remitirse al pasado y presente de All Boys, a lo que configura un orgullo para evocar una y otra vez cuando se apague la euforia: un hombre de la casa, una gloria del recordado equipo del '72, un hincha del barrio que recoge el pulso y el sentimiento de su institución de referencia, deviene protagonista fundamental de aquellos relatos para comentarles a los amigos y a los circunstanciales enemigos de 90 minutos. También a los albos que vendrán.
La crónica, de igual modo que ante Boca en el mes de Agosto, ingresa en el rico archivo del cuadro de Floresta. Un día All Boys volvió a ganarle a River, en su cancha a diferencia de Boca. Por eso no hay motivos exteriores e interiores que opaquen o minimicen la magnitud del triunfo. Ni la penosa actualidad del cuadro millonario ni las intermitencias en el recibimiento del equipo de Romero, ni las piruetas de un Fabbiani beneficiado por una ovación solo justificada por algún movimiento interesante que deberá refrendar en muchos otros partidos.
La victoria, da la sensación, contiene otros elementos. Menos circunscripta al juego, lo que se valora son los pasos agigantados que viene dando All Boys, al margen de vaivenes en los números y un techo en su desempeño posible de subir, dado que derrotó a 3 grandes y al que seguramente se terminará coronando en el Apertura. Y en el trayecto, además, cabe también subrayar un aspecto importante: el cuadro de Romero luce, por momentos, solidario y convencido de que nadie le regaló nada para llegar a este umbral de reconocimiento, consciente de sus orígenes y de los mandatos de una hinchada exigente aunque agradecida. Un ejemplo semejante al de Romero lo ofrece Fernando Sánchez (*), emblema del equipo con su garra, su temple y un amor por el club no sometido a apetencias personales ni mediado por el dinero. Parecido a Almeyda y Palermo, bien distinto de Verón.
De cualquiera manera, resulta apropiado no fijarse en otras instituciones, muchas de ellas con sus señas distintivas, sus avatares y sus hazañas. Si algo se advierte en el camino reciente de All Boys es la búsqueda por reencontrar una historia suya, o por intentar escribirla de una buena vez, o por descubrirse capaz de conmover hasta el infinito a esos hinchas curtidos de sinsabores que celebraban jubilosos en la Mercedes alta, a los más pibes que saben de victorias y creen que todo está por hacerse, a los que, alguna vez, repartieron o reparten los afectos en dos.
Por tanto, el partido con River no merece un análisis exhaustivo, si bien lo del uruguayo Juan Pablo Rodríguez fue para elogiar debido a su esfuerzo rubricado con un gol y a su permanente ida y vuelta. O lo de Cambiasso y Sánchez, determinantes para llevar al equipo al triundo. O lo de Romero, intuitivo para elegir lo mejor en un encuentro que él también habrá soñado cuando proyectaba metas deportivas y profesionales menos ambiciosas desde su doble condición de entrenador y de hincha. Alcanza, entonces, con disfrutar de un hecho que ningún revés futuro puede borrar: constatar que el fútbol, como también otra actividad de la sociedad, permite revertir viejas inequidades, darse cuenta de que rinde frutos perseverar, tomar nota de lo que se hizo bien para estar mejor.
En el caso de All Boys, su historia avala que se trata de un momento esperado y de un premio merecido. Una historia hecha de derrotas, victorias, afectos y renovadas ilusiones. La razón principal para que los ejes y los sucesos que la nutren dejen lugar a nuevos apuntes y nuevos apartados de un tomo siempre incompleto. Afortunadamente, incompleto.
Pablo Provitilo
(*) http://albumblancodiariodeunhinchadeallboys.blogspot.com/2010/08/san-sanchez.html
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