miércoles, octubre 06, 2010

RIVER // Fuera de foco



Los repudios sobre la figura de Ángel Cappa se extienden a los más variados personajes. A las recientes declaraciones de Julio Falcioni, caldo de cultivo de copiosas agendas periodísticas ancladas en los pliegues del morbo, se suman en el último tiempo distintos entredichos con las siguientes personalidades, como bien consigna el sitio web La Pelota no Dobla (http://www.la-pelota-no-dobla.blogspot.com/): los arqueros Daniel Vega y Sebastián Peratta, el entrenador Ricardo Gareca, los árbitros Juan Pablo Pompei y Gabriel Brazenas, los periodistas Fernando Niembro y Nicolás Distasio, los dirigentes Fernando Raffaini y Carlos Babington y el futbolista Juan Sebastián Verón, al margen de un sector de la prensa hegemónica que, militantantemente y desde hace años, le enrostra sus continuos fracasos deportivos y una idea futbolística atrasada, definitivamente obsoleta según las exigencias/desarrollos/complejidades del juego en el presente. Mediatizado presente, cabe decir.

Independientemente de las razones de los protagonistas (incluido Cappa) en la confrontación discursiva, banal o interesante según el caso, los gestos y reacciones desproporcionadas de Cappa detrás de la línea de cal y la soberbia de sus palabras en esos interrogatorios persecutorios llamados conferencia de prensa (acusaciones a los árbitros ante fallos adversos, ninguneo sobre los rivales, ausencia de autocrítica) denotan que es el actual técnico de River quien parece aturdido y desequilibrado, lo cual suscita diversas interpretaciones ante semejante conducta, en apariencia ligada con enemigos que florecen por todas partes.



Uno de las probables motivos de su discutido comportamiento  parecerían remitir a una aseveración conconsenso y debatible aunque avalada por el entrenador de River: los técnicos son actores de gran influencia. Y si bien Ángel adjudica esa influencia a la capacidad de inculcarle conceptos a sus futbolistas, esa convicción cede, contrasta con sus insultos ante las cámaras durante los partidos y se traslada a otro terreno, el de los medios, donde asume un protagonismo desmesurado, acapara la atención a partir de un guión bien escrito pero desafiante, incluso sin medir lo que en el fondo sabe y conoce: las repercusiones postreras de "su verdad" en la cadena de comunicación de 24 horas, una posición extrema que -lógicamente- alimenta la maquinaria no de un debate de ideas enriquecedor, sino el de las disputas personales, de la cháchara improductiva, del entrenador adecuado para nutrir páginas y horas del show. Con lo cual, sus convicciones y su filosofía de juego, el enfásis de una propuesta futbolística que representa "la verdad" arrastra a los clubes donde dirige -a sus jugadores, dirigentes e hinchas- a una situación  incómoda dado que el narcisimo del entrenador, sus batallas pasadas y presentes, corren el foco de lugar, por ejemplo al no reparar en el estado delicado que atraviesa River. Más aún, sus actitudes mediáticas exigirían, para desprevenidos o despistados, ser hinchas de Cappa antes que de River.

Otro aspecto que arroja el affaire Cappa se vincula, precisamente, con la institución millonaria en la cual los técnicos que llegan con cierta reputación, antecedentes más o menos respetables, se transforman conforme pasan los primeros meses en sujetos asediados por el mundo, tercos y embravecidos, posiblemente debido a ocupar el centro de inquisidoras y constantes miradas. Será por la propia dinámica de la entidad, su ominosa situación de los últimos años, o por cuestiones externas. Lo cierto es que Cappa ya integra esa lista de personajes que olvidan su condición limitada, el aporte secundario en una estructura, la relación finita con el prestigio y la trayectoria del club.


Pablo Provitilo

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