jueves, octubre 07, 2010

B METRO // En este día y cada día


El Club Atlético Atlanta cumplirá el próximo 12 de octubre, fecha rebautizada como "Día por el respeto de la diversidad cultural" por disposición del Gobierno Nacional, 106 años de valiente, controvertida y dilatada historia.

Y el aniversario se corresponde con un momento dichoso de la entidad de Villa Crespo de acuerdo con su recorrido en los últimos años en los cuales levantó dos pedidos de quiebra que acechaban la economía del club, recuperó su tradicional sede social tras 15 años de abandonos y ausencias, abrió nuevamente las puertas de su estadio después de 3 almanaques, promovió diversas iniciativas educativas y sociales mediante el activo rol de sus asociados, editó una notable película sobre su Centenario (Siglo Bohemio, producida por Mónica Nizzardo, de la ONG Salvemos al Fútbol) e inauguró el Centro Cultural Los Bohemios, comprometido con las demandas e intereses de la comunidad, impulsor del nombramiento de Juan Gelman como socio honorario de la institución e integrante de la Comisión Homenaje y Monumento a Osvaldo Pugliese, que acaba de concretar  junto con el barrio y el club un reclamo de más de 15 años de ardua pelea: sumarle el nombre del recordado pianista y compositor a la estación Malabia del subterráneo.

Entre los responsables figuran la gestión llevada adelante por su presidente electo en 2005, Alejandro Korz, consecuente con el pensamiento y los lineamientos de una entidad con varios dirigentes ilustres durante su extenso derrotero, entre ellos -e indudablemente el más importante- León Kolboski, cooperativista y presidente que asumió en 1959, quien consumó varios hitos en su mandato: mejorar visiblemente un estadio que hoy lleva su nombre, fomentar el desarrollo de numerosas disciplinas y -sobre todo- convertir al club de Villa Crespo en una referencia vital de la comunidad y de la ciudad, espacio de pertenencia e identificación de la población, orgullo deportivo que hicieron de Atlanta lo que aun hoy lo distingue y lo caracteriza entre avances, retrocesos y paredes despintadas cuyos ecos devuelven viejos gritos y nuevas voces apasionadas, situadas entre épocas: ser un club de Primera División. Por historia, por derecho propio, por linaje.



Korz, sucesor de Carlos Moreno, logró también desvincularse de esos enemigos internos que anidan en las instituciones, por ejemplo el economista Miguel Ángel Broda, aportante de dinero en el club con las firmas Taffirol y el Centro Médico Fitz Roy, finalmente alejado de la entidad tras numerosos cuestionamientos por sus manejos. Asimismo, el club formalizó en 2009 un provechoso convenio con Lanús y, después de continuos sinsabores, vuelve a pelear con serias chances de ascender en el dificultoso, maratónico, endemoniado y cruel torneo de la B Metropolitana, uno de los campeonatos donde la AFA impone sus castigos al ofrecer 1 solo ascenso y prohibir el ingreso de público visitante.

 No faltan, pese a los ostensibles progresos, ciertas quejas sobre el modo de conducción de Korz. Pero el resurgir o presunto estancamiento de Atlanta no es, ni podría ser, consecuencia de los deseos y de las apetencias personales de una sola persona. Como ocurre siempre, aquí se observa el decisivo protagonismo de los hinchas y de la comunidad en su conjunto. Estuvieron y están los más longevos, los que vieron jugar a esas glorias bohemias asiduamente recordadas (Luis Artime, Carlos Griguol, Néstor Martín Herrea, Hugo Gatti, Gómez Voglino, Alberto González, entre tantísimos otros) y los que se reunían en la noche porteña de su club, sede de romances y bailes felices, de las prácticas sociales y comunitarias pero también territorio de los incipientes flaneurs de Buenos Aires-figura creada por el poeta Charles Baudelaire para aludir al paseante callejero de París en el siglo XIX-, que representaban y honraban el mote.
También asoman las generaciones intermedias, que vieron el derrumbe de Atlanta junto con sus mayores, y las nuevas, testigos de un tiempo con vacilaciones, receptores obligados de relatos orales, optimistas que reencuentran su identidad en los colores del club, que son los de su barrio.

Todos han aportado, con distintos niveles de incidencia, para celebrar un aniversario que augura próximas victorias: la futbolística, indudablemente, es la más esperada. Hay otros triunfos conseguidos: la vuelta a los orígenes, la recuperación institucional, el lento pero posible retorno a un lugar merecido en lo deportivo. Una rápida mirada sobre sus vecinos alimenta el principal sueño de los hinchas: Argentinos, de La Paternal, volvió a consagrarse campeón tras 25 años, Vélez, de Liniers, ensanchó su caudal de hinchas y sigue en la cumbre en base a un modelo institucional ejemplar, All Boys, de Floresta, retornó a Primera después de tres décadas y Ferro, de Caballito, progresivamente reencauza su presente conforme los socios y su gente se apropian y luchan por lo que es suyo.

Cabe hipotetizar, entre otros condicionantes, si la bonanza económica en el páis durante los últimos 7 años habrá generado un fenómeno de protagonismo y de participación popular capaz de devolver a los clubes algunas de sus premisas fundacionales. O si las reservas anímicas de cada hincha, cada sujeto, estaban allí, esperando la oportunidad de integrarse en una causa colectiva. Lejos del deterioro de los '90, de sus efectos devastadores, no se vislumbran hoy soledades, quiebras o clausuras. Al contrario, de aperturas sabe Atlanta y otros clubes en este lustro. De encuentros masivos, de renacimientos, de tenaces esfuerzos que, a veces, tienen premio.

Pablo Provitilo

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