La rescisión del contrato que unía a la AFA con TSC y el Grupo Clarín modificó el mapa de la oferta televisiva en materia deportiva. El tradicional ciclo Fútbol de Primera, afectado por la intervención del Estado al transmitir en forma gratuita los 10 partidos de la fecha por canales de aire, dejó de emitirse en 2009 debido a la pérdida de los derechos de exclusividad de las imágenes y el bajísimo rating acumulado, revelando un fracaso periodístico en el mejor de los casos y abriendo paso, de este modo, a hurgar en otras alternativas.
Una de ellas es el programa El Show del Fútbol (América, los domingos a las 23) conducido por Alejandro Fantino y secundado por un grupo de periodistas y ex jugadores, cuyos tópicos se centran en la polémica chata y estéril, visibles insidias de los panelistas con denuncias muchas veces infundadas y un sesgo amarillista indisimulable que distingue a cierto sector del periodismo deportivo argentino, promovido y fogoneado por TyC durante las dos últimas décadas. Así, el programa relega a un segundo plano los testimonios de los verdaderos protagonistas, posibles debates sobre el juego y sus múltiples variantes al priorizar, en cambio, el escándalo y lo que parecería la función primera de este periodismo que persiste: el entretenimiento por sobre la información. Con escenas grotescas y de mal gusto, incluso, como el resonante cruce de índole personal que protagonizaron el ex futbolista Oscar Ruggeri con el comunicador Elio Rossi, en el cual ambos profirieron descalificaciones, agravios y gestos discriminatorios.
Sin embargo el envío no solo se nutre de elementos residuales sino que también asume una definida posición política al apuntalar a Daniel Vila, uno de los dueños de América, presidente del club Independiente Rivadavia de Mendoza y asiduo visitante al programa, como nuevo titular de la AFA en 2011.
Demasiados ingredientes, en suma, en torno de una propuesta basada en el impacto y el lobby permanente, incómoda para dirigentes, hinchas y periodistas según dijo su conductor, aunque la fórmula sea trillada, ramplona y, para disgusto de los productores, condescendiente.
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