jueves, octubre 14, 2010

PRIMERA DIVISIÓN // Padres de la derrota


Ángel Cappa y Julio Falcioni difieren en su mirada sobre el juego, aplican distintos esquemas, eligen futbolistas con características divergentes y declaran según copiosas aunque diferentes fuentes de lectura: aparentemente más borgeano, el de River, y más cohelesco -si se concede el dislate de que existiera una corriente literaria con esta denominación-, el de Banfield. Después del debate mediático protagonizado por ambos entrenadores la semana pasada, interesante dado que aludía al juego pero limitado debido a las coberturas posteriores y al propio escenario de la discusión (agendas menos preocupadas por profundizar en ideas y puntos de vista en torno de esquemas y tácticas que por relevar lo accesorio y el lenguaje gestual), la sensación es que los entrenadores se parecen bastante teniendo en cuenta dos factores que se amoldan a los imperativos de la época.

En rigor, Cappa y Falcioni comparten un sustrato común, señalado hasta el cansancio en nuestro sitio, lo cual también harta a este cronista de solo repetirlo una vez más: adjudicarle a los técnicos una importancia fundamental. Por el presunto y definitivo peso de sus decisiones y por haberse encomendado como las cabezas visibles de un proyecto que -pese a que no juegan- los tiene como protagonistas estelares. Y si bien existen matices ya que Falcioni abusa de la primera persona del plural("fuimos oportunos", "nos faltó volumen de juego"), las semejanzas se extienden ni bien Cappa declara, sin rubores, acerca de "las 25 opciones de gol que generó River" en sus últimos encuentros e incurre en una serie de reflexiones donde su figura se erige en símbolo primero del club millonario. Como si Cappa fuera River y del otro lado de la frontera, donde los enemigos se juntan y urden todo tipo de maniobras lesivas, estarían los anticappa, que serían los detractores de River, sin abundar en otros detalles, por ejemplo una autocrítica del entrenador millonario relativa a su altísima exposición, amén de alguna explicación pertinente vinculada con sus cambios compulsivos y, sobre todo, con las flojas performances de su equipo dado que es él -en apariencia- quien juega, discute y genera una oposición que favorece su imagen, desde ya, pero repercute negativamente en el equipo. Un equipo que no pudo ganarle a dos rivales muy flojos, como Quilmes y Gimnasia, y un equipo no anoticiado de su situación futura en caso de persistir con derrotas, empates, Cappa y el entorno.




Lo de Falcioni es rudimentario aunque comprensible si se considera que fue promovido por un sector de la prensa (ojo, Cappa también, aunque el mensaje es diametralmente otro), y no se sonroja al aceptar que los análisis del triunfo siempre reportan elogios, independiemiente de las formas. Sin embargo, el perfil construido por Falcioni, el Emperador que llevó a Banfield a un sitio de privilegio, lo ubica en un lugar incómodo dado que, de acuerdo con las reglas instituidas, no saldría indemne de una caída deportiva, siguiendo con ese "nosotros" utilizado por el técnico de Banfield.

En consecuencia, el segundo aspecto que los une, introduce -una vez más- el íntimo y especial vínculo de Cappa y Falcioni con determinados medios: los tienen en cuenta, los encorsetan, los endiosan y lógicamente les caen encima cuando los resultados devienen adversos. Un círculo que cierra. Aceptado su lugar en la trama, visiblemente comprometidos ante las cámaras, no habría margen para quejas o reclamos. Tras el cruce de la semana pasada -donde Cappa le retrucó a Falcioni los números de su desempeño durante su paso como entrenador del cuadro del sur-, River fue pura impotencia y desconcierto con Gimnasia, a tono con sus anteriores producciones, y Banfield consumó un papelón en la Copa Sudamericana que honra el mote adjudicado al cuadro millonario, allá por los '60.

De tanto creerlo y creerselo, a veces lo logran, parece: entronizarse también como los padres de la derrota.

Pablo Provitilo

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