martes, agosto 31, 2010

PRIMERA DIVISIÓN // Lo transitorio


Tres partidos bastaron para que la inquina de un sector periodístico descargara exagerados cuestionamientos sobre la figura de Claudio Borghi. No es novedoso este tipo de situaciones que se rigen por leyes nunca escritas pero sí aceptadas por los protagonistas y buena parte del público: la derrota continua agobia, altera la calma, exige soluciones rápidas que no pueden ser otras que la dimisión del entrenador en funciones o el despido obligado. En Boca, dada la extensión de sus coberturas a sol y sombra, todo se magnifica y, paradójicamente, todo se reduce a un simple juego discursivo donde el resultado impone implacables condiciones. Alguien, con algún grado de sensatez, diría que se trata de una verdadera "picadora de carne", aunque -en rigor- son muy pocos quienes intentan desafiar esa lógica interesada que nutren ciertas agendas desprovistas de análisis serios y responsables. Repetimos: tres partidos.

Repasando los primeros encuentros del ciclo Borghi, apresuradas evaluaciones sobre el trabajo del técnico olvidaron reparar en determinadas coyunturas. Por empezar, Boca es un equipo en formación que hoy exhibe una defensa completamente nueva tras la tenebrosa actuación de la última línea durante las gestiones de Basile/Alvez; comenzó el torneo en medio de un tironeo evitable entre los dirigentes y su líder y futbolista estrella, Juan Román Riquelme, que previsiblemente repercutió en el funcionamiento colectivo; y mostró signos alentadores en tres de sus cuatro presentaciones. Por ejemplo, fue correcto el desempeño de Boca ante el difícil Godoy Cruz donde hasta pudo ganar, tuvo de ratos de fútbol cohesionado y ambicioso en la primera hora con Racing y redondeó una actuación superlativa frente a Vélez en base a la vieja estirpe boquense expresada en garra y actitud ganadora.

Si se añaden tres señalamientos desmentidos, o al menos atenuados por los hechos, entre ellos el "sospechoso" sistema defensivo implementado por el entrenador, la presunta incompatibilidad de la dupla integrada por Lucas Viatri y Martín Palermo, y el "desmejorado" regreso de Sebastián Battaglia a las canchas, las conclusiones negativas parecerían ser tan desmedidas como los insidiosos interrogantes sobre los saberes, el temple y la aptitud de Borghi para dirigir a Boca.

Nada resulta casual, de todas maneras, teniendo en cuenta discursos que han penetrado en el cuerpo social, no solo en el deporte. El actual técnico xeneize es, justamente, una de esas pocas voces que confronta abiertamente contra las urgencias y las obsesiones del medio y, posiblemente, haya tomado de nota de los deberes y obligaciones para perdurar en el cargo: aceptar que Boca, tal vez, pueda cambiar parte de su filosofía y su particular modo de sentir este deporte. En un panorama donde impera el éxito como única variante del conocimiento y la inteligencia, aunque le pese a Borghi, no podría ser al revés.





Pero no solo Boca atravesó momentos de conflicto. Independiente, sin ir más lejos, ocupa el centro de las páginas, los espacios radiales y los segmentos televisivos tras un magro comienzo de torneo. Las miradas apuntan contra la comisión directiva y su manager, señalados como los responsables de haber discontinuado un proceso óptimo en materia de resultados aunque ceñido al corto plazo, como ocurriera en 2002 con otra gestión. ¿Es posible afirmar con algún grado de certeza que, con Gallego en el banco, hubiese sido otra la cosecha de unidades y el nivel de juego mostrado por Independiente teniendo en cuenta la profunda sangría sufrida por el plantel? En ese sentido, ¿cómo se evita el éxodo de futbolistas en un mercado siempre complejo, con representantes y jugadores avezados en urdir los mejores negocios, con dirigentes que necesitan reordenar sus finanzas por errores propios, amén de haber aceptado durante 18 años un contrato televisivo desventajoso?

La impaciencia ante la racha adversa también suscita olvidos en el cuadro de Avellaneda. Independiente reinauguró un estadio moderno, engrosó su promedio, volvió a las copas internacionales y, sobre todo, apuesta a un proyecto a largo plazo con ex jugadores del club, fortalecido con productos de las inferiores (existe un selectivo trabajando, se conseguió un título en las divisiones menores tras 8 años), haciendo hincapié en recuperar el sentido de pertenencia mediante los lazos entre la institución y la comunidad, como lo hizo el vecino Lanús. Es cierto que el hincha exige triunfos, sería necio negarlo. Mucho más cuando se impone la idea de que, en apariencia, se desarmó lo que funcionaba bien. Cabe, sin embargo, revisar un itinerario y detenerse en las causas, los posibles escenarios y soluciones, antes de pedir renuncias compulsivas o evocar a la arcadia extraviada.

Mejor mirada la cuestión, los casos de Boca e Independiente -mañana serán otros- expresan los rasgos de una época en la cual lo que se dice, lo que se sugiere, lo que se describe con modos enfáticos y terminantes revela mecanismos infinitamente seductores -aunque lejos de "la verdad"- donde predomina la lente borrosa de lo transitorio.

Pablo Provitilo

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