El torneo del Bicentenario, como lo promociona la Televisión Pública, arroja hasta aquí algunas notas positivas. Una de ellas es que la apertura de las transmisiones y, consecuentemente, un reparto más equitativo de los ingresos, logró achicar la brecha entre poderosos y humildes. El pasado Clausura coronó por primera vez a Banfield, mientras que en el actual certamen Estudiantes, Godoy Cruz y Argentinos se ilusionan con relegar a Independiente, el de más nombre y cantidad de hinchas entre los candidatos.
Si se consigna, además, la paridad reinante en un campeonato en el cual prevalecen duelos cerrados, resultados sorpresivos y múltiples incidencias, la resultante es que la nueva etapa benefició a la competencia. Repetimos un concepto que permite establecer comparaciones: basta detenerse torneo de España, gobernado por los de siempre, Barcelona y Real Madrid, a partir de la negociación de los derechos televisivos de manera individual, amén de sus fluidos vínculos con otros estamentos influyentes. Y hay una posible razón que explica la incipiente democratización en Argentina, al menos relativo a este ítem: el cambio obedece a una decisión impulsada por el Estado al concebir al fútbol televisado como un servicio y no como un negocio.
Es cierto que el nivel futbolístico exhibe grietas, abundan partidos soporíferos y escasean figuras, pero cabe preguntarse si un torneo con dos buenos, tres apenas correctos y quince malos concitaría el mismo intéres. No olvidemos que, además de sus componentes estéticos, el fútbol es ilusión. Y en esa ilusión conviven deleitarse con el juego pero también asomarse a un mundo de incertezas, de posibilidades parejas para todos, un campo abierto donde nada es seguro para nadie, donde todo comienza hoy. Con un detalle a veces opacado por la queja crónica del ambiente: en la liga argentina se destaca un equipo lleno de virtudes como Estudiantes de La Plata, subcampeón del mundo.
El otro elemento a tener en cuenta, asociado con lo anterior, es que la nueva etapa derribó mitos. Como se dijo en recientes artículos impresos y comentarios radiales o televisivos los partidos suelen ser chatos y tediosos, en muchas ocasiones, debido a que ahora vemos los noventa minutos de los diez encuentros pautados por fecha. No hay filtro, no hay compacto, no hay manera de vender el producto como "el torneo más lindo del mundo", pero tampoco hay espectáculo en clave televisiva. Hoy, en todo caso, advertimos la herencia del despojo urdido durante dos décadas, con una invisible aunque sustancial ventaja para los hinchas de los clubes menos poderosos: más minutos destinados a sus clubes, sin sesgo de ningún tipo ni codificaciones insalvables.
En ese escenario, por tanto, sobresale un aspecto ocluido a raíz del show montado por la empresa que poseía los derechos. Que revela, además, un fracaso periodístico: Fútbol de Primera -el clásico televisivo de los domingos a la noche- desapareció del aire entre silencios y algunos repudios, lo cual expresa que el núcleo atrayente de un programa sin competencia ni regulaciones de ninguna índole estaba dado por la exclusividad de las imágenes. Como señala el colega Ezequiel Fernández Moores en el último número de la revista Un Caño, "Una pena que Canal 13 no se haya animado a manterlo para competir realmente por primera vez con el resto. Para demostrar que el Martín Fierro al que estaba abonado no era consecuencia de sus derechos exlusivos".
Asimismo, hubo otras reflexiones interesantes del mismo periodista en las últimas semanas. En Un Caño, fustiga con razón las imposturas de Marcelo Araujo, si bien aclara: "Julio Ricardo no canta ni se disfraza, mucho menos Alejandro Apo, que encima apela a la nostalgia y, cada tanto, nos recuerda que también había otro fútbol, con ídolos más duraderos y emociones más populares". Posiblemente, y pese a los destacables intentos, aquella época haya terminado. Como también parece haber finalizado un período en el fútbol argentino, según opina Fernández Moores ante este cronista consultado por una nueva etapa cuya perdurabilidad dispara conjeturas diversas. "Difícil saber que puede pasar. Lo seguro es que de retornar el viejo sistema nada será igual". Suena razonable. Atrás parecen haber quedado los goles cautivos, las aberrantes transmisiones de hinchas gesticulando emociones, una burla manifiesta en diferentes dispositivos que lesionaron seriamente a este deporte y que la Televisión Pública no logra desmontar del todo. Dudosamente lo logre con primeros planos de hinchas rabiosos y entrenadores taimados.
Aún así, y con mucho por mejorar en tantos órdenes, da la sensación de que algo hemos avanzado.
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