Pero España también es un país con crecientes demandas sociales y profundas heridas. Con una justicia y un Tribunal Supremo llenos de sadismos -y de cinismos- que taladran sobre la memoria colectiva de un pueblo. Basta consignar un hecho no atendido con la difusión que merece, exceptuando a esa agenda paralela instituida en determinadas zonas de las llamadas redes sociales, que repone olvidos y desmonta operaciones interesadas por parte de los grandes medios. Se trata, en esta oportunidad, del juez Balltasar Garzón, alguien que intentó juzgar a los responsables del genocidio argentino hacia fines de los años 90, a quien le abrieron, recientemente, un procedimiento penal en el país ibérico por intentar denunciar los delitos del Franquismo, bajo un argumento establecido en una de esas leyes que sí se respetan: una amnistía sancionada anteriormente a los culpables de homicidios y torturas que no le otorga competencias a Garzón para investigar a los autores y los cómplices de uno de los períodos más oscuros de la historia europea.
Creáse o no, el hecho ocurre en España, el país del admirado primer mundo, el de nuestros abuelitos inmigrantes, el de los poetas asesinados y las dictaduras impunes. Resulta pertinente transcribir un breve párrafo del escritor uruguayo Eduardo Galeano, publicado en el diario Página 12, para ilustrar la dimensión de la cuestionada medida: "De los quince miembros de este tribunal, diez han llegado a sus cargos jurando fidelidad al Generalísimo Franco. Y no lo olvidan, para que no se diga que ellos niegan el derecho de recordar".
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Al margen de un hecho institucional grave, con movilizaciones locales y solidaridades extendidas hacia Garzón a través de la web, el fútbol español sigue su marcha. Siempre sigue su marcha dado que no hay Francos ni crisis económicas destructoras de bancos que lo detengan. Real Madrid, uno de los protagonistas del clásico de hoy, invirtió una suma fabulosa de dinero en medio de una economía raquítica, con índices de desocupación que aumentaban en forma proporcional a la llegada de futbolistas cotizados al cuadro merengue. Un asunto que seguramente escapa al Tribunal Supremo, posiblemente hinchas del Madrid como lo era el General Francisco, pero no a un Tribunal de Ética deportiva. Aún así el fracaso futbolero golpeó dos veces, en 2010, la puerta del Bernabeu: primero tras una derrota categórica ante los esforzados muchachos de la Agrupación Deportiva Alcorcón (club de la tercera categoría) que lo sacó de la Copa del Rey, luego al ser eliminados por el Lyon de Francia en la Copa de Campeones, el objetivo principal de una temporada que se evaporará rápido como los euros.
Barcelona, futbolísticamente, es su contracara. Viene de ganar seis títulos en 2009, humilló al Madrid en los dos últimos duelos, tiene en sus filas al talentoso Lionel Messi, dueño de varios récords, y prepara un retorno especial: el arribo de Johan Cruyff a la presidencia de la entidad.
Pero también se maneja en ese mundo de billetes y derroches que legitiman una industria. Entre otras, la de su prensa deportiva, que necesita escándalos y buenos resultados futbolísticos para subsistir, dado que han aceptado que el deporte tiene una función primaria: entretener.
Como parte del espectáculo y del show, entonces, madridistas y catalanes reeditarán un encuentro con historia aunque actualmente se trata del único de esa liga capaz de generar interés entre los neutrales. La tabla, elocuente, indica que Barcelona y Real Madrid han conseguido la mayor cantidad de puntos posibles. Y hay razones que explican semejante dominio: por un lado cuenta la tradición (sobre 78 títulos disputados, blaugranas y merengues ganaron 50), por otro inciden los redituables aportes del gran actor de la época: la televisión, cuyos derechos son gestionados por ambas instituciones en forma individual. En consecuencia, un Barsa-Madrid suscita atractivos diversos porque desaparece la desigualdad: juegan los que ganan todo siempre, los que miran de lejos la tabla pero también el mundo exterior, las potencias que se saludan y se necesitan no por un folclore romántico y acaso caduco para el gusto de los españoles, sino por el negocio que promueven. ¿Cuál es la gracia si solo dos ganan? ¿Adónde radica el sentido del juego? En España, ya sea sobre éste u otros temas, quizás no abunden interrogantes como acá.
Difícil imaginar un escenario de ese tipo en Argentina, donde se produjo un episodio relevante en agosto 2009 tras la rescisión del contrato entre una empresa monopólica y la Asociación de clubes. Desde aquella fecha en adelante existe un reparto más equitativo del dinero que impacta en la competencia, procura achicar la brecha histórica, nivela el torneo y genera emociones. Lógicamente los partidos no se destacan por su buen nivel, luego de la herencia recibida, en la cual escasean figuras y urge retornar a los campeonatos largos, pero cabe subrayar que predomina el misterio y la incerteza, la creencia ilusoria de que todos ganan y pierden. Porque la gracia del juego, por si hiciera falta decirlo, consiste en desconocer el desenlace, emprender la rutina de ir al estadio o prender el televisor sin saber el final de una obra que será mala, soporífera e inolvidable, nunca un hecho que siempre, o al menos en reiteradas oportunidades, reafirme al pie de la letra las propias presunciones.
El fútbol de España entrega una función especial, de alto nivel, que concita la atención del público en todo el mundo. Finalizado el duelo, habrá repercusiones y poco más. El posible final ya está escrito, como las leyes de una historia definitivamente transcurrida. En Argentina hay un enigma cada fecha, una historia entre pobres y poderosos con épilogo abierto. Y también existe un saludable gesto por intentar saldar viejas deudas de un pasado que involucra al fútbol y no pocos segmentos del público aprueba.
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