A solo 8 fechas del cierre, la B Nacional definió, al fin, los aspirantes a conseguir alguno de los cuatro ascensos en oferta. Tras una fecha decisiva en la cual ganaron casi todos los del lote de arriba, la nómina de candidatos se cincunscribe a seis equipos: Quilmes, Olimpo, San Martín de San Juan, Instituto, Unión y Atlético Rafaela.
Predominio de entidades del interior, como se advierte, si bien el puntero es de Buenos Aires y acredita lo que ninguno de sus circunstanciales competidores posee: un campeonato de Primera División. Una situación muy similar a la temporada 2008/2009 en relación con las procedencias de los candidatos, cuyo desenlace -cabe recordar- fue el siguiente: Atlético Tucumán y Chacarita (ascensos directos), Belgrano y Atlético Rafaela (promoción).
No es inapropiado, de acuerdo con este panorama, puntualizar qué rol juegan los equipos del área metropolitana (al cual puede sumarse Tiro Federal), muchos de ellos agobiados ante el peligro de perder la categoría, o bien entregados a transitorias ilusiones que se desvanecen a la fecha siguiente, amen de serias deficiencias internas y cuestiones propias del certamen que limitan sus ambiciones, Un buen ejemplo es All Boys, ubicado sorpresivamente entre los primeros 8, pero sin el convencimiento suficiente por parte de sus dirigentes y de su cuerpo técnico para imponerse un objetivo superior. La campaña del cuadro de Floresta, transcurridas 30 jornadas, dista de ser mala aunque la cantidad de derrotas (11) sugiere que no dispone de reservas suficientes para arribar a las instancias decisivas. En buena medida debido a las mencionadas fragilidades de su proyecto, agravadas -como se dijo- a raíz de una serie de factores externos y lesivos como enfrentar a clubes respaldados por provincias, localidades o municipios poderosos, con otras exigencias y mayores recursos para afirmarse en el torneo. Si se añade la prohibición de ingreso de público visitante y los arbitrajes que dirigen con un reglamento propio en aquellos encuentros no televisados, el tránsito por la divisional resulta complejo y redunda en la pelea por subsistir o acumular puntaje con el único propósito de perdurar.
Platense es otro caso especial; su público parece adaptado a la categoría y sus metas, frente a las dificultades del torneo, remiten a eludir el descenso. Hablamos de una entidad que jugó en Primera durante varias temporadas. Y, en rigor, no es para menos que los esfuerzos marrones se centren en conservar su lugar, ya que la B Metro es la verdadera B, un lugar pantanoso que cobija a 22 equipos muy parejos, la mayoría detrás de un objetivo tan díficil como agotador: finalizar primero y conseguir el único ascenso directo, después de 42 partidos. El Torneo Argentino A, huelga aclarar, ofrece similares escollos, con el agregado de que los viajes se multiplican, su organización jeróglifica desalienta a muchos y el número de clubes participantes aumenta.
En ese escenario, subyace una conclusión: la B Nacional deviene un certamen de jerarquía, con oportunidades para ascender, pero también para navegar en intrascendencias o en desafíos menores según la trayectoria de algunos de los clubes que intervienen, especialmente los del área metropolitana. Alguien podrá reclamar que el torneo favorece el federalismo, que el fútbol argentino no empieza y termina en Buenos Aires, que los presuntos obstáculos son iguales para todos. Posiblemente tengan razón aunque vale aportar un argumento sin pretensiones de verdad absoluta: hay disparidad de fuerzas cuando los enfrentamientos son entre provincias y ciudades pujantes con barrios o localidades pequeñas.
El reclamado federalismo, en todo caso, demanda reveer la organización de los campeonatos. Y uno de los aspectos a tener en cuenta, si alguna vez vuelve a debatirse en profundidad sobre el tema, se llama tradición.
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