Pasados tres campeonatos con el nuevo esquema de transmisiones televisivas por canales de aire, puede señalarse como un éxito la tardía decisión de los dirigentes del fútbol argentino de rescindir el contrato con la sociedad conformada entre TSC-Grupo Clarín. Éxito, cabe aclarar, no en términos de los viejos dueños del negocio, por el contrario se valoran en Fútbol para Todos otro tipo de resultados, lejos de las cuestiones del rating y de las recomendaciones del mercado sobre aquello que "vende" y, consecuentemente, reditúa para quienes comercializan el "producto". Ocurre que se ha dicho bastante y con enfásis sobre los alcances y las consecuencias positivas de la nueva etapa, aunque parece justo reiterar algunos datos debido a las injuriosas campañas mediáticas que postulan un campo semántico que funciona no solo en el fútbol, sino en todos los ámbitos de la vida social donde los afectados son poderosos actores. Esto es: Gobierno Nacional-corrupción-desidia-mala calidad-imprevisión-indisimulable afán de lucro-propaganda populista.
Lo concreto, sin embargo, lo entregan esos números y situaciones que ciertas mediciones y cierta prensa dependiente omite: más de 25 millones de argentinos ven fútbol gratis sin arancelamientos ni adicionales de ningún tipo, una bendición para muchos hogares pobres del país, imposibilitados anteriormente de acceder al fútbol, lo cual se explica por la firme decisión del Estado al ofrecer un servicio a la gente, de reconocerle un derecho a las personas independientemente del lugar donde vivan y de la condición social que sean. Como siempre, no faltarán voces que alerten sobre necesidades básicas que aún no están resueltas, pero la inversión del Estado en el fútbol, contra la doxa opositora que anuncia recurrentes desvíos de fondos en otros rubros para Fútbol para Todos, consagra un derecho sin desentenderse de otros, poniendo fin -además- a un estafa largamente consentida en torno de un hecho popular y cultural como el fútbol..
Estos tres campeonatos emitidos por señales abiertas presentan, asimismo, distintas aristas para confeccionar un balance provisorio aunque incompleto, desde ya, teniendo en cuenta la cantidad de factores intervinientes (auditorías sobre el dinero que reciben ahora los clubes, posibles licitaciones en el futuro, eventual cambio de gobierno en 2011). En ese marco, y sobre dos de los aspectos más visibles, -el nivel periodístico y los estandares de calidad-, la evaluación deviene con grises tras el protagonismo desmedido de Marcelo Araujo, relator emblema de la vieja etapa, agravado por la solemnidad errante del longevo Julio Ricardo y las contrataciones de Miguel Fernández y Marcelo Benedetto, otros dos rostros conocidos de las transmisiones para pocos. A cargo del mejor partido de la fecha, los 4 se revelan ineficaces para cubrir los partidos con apuntes interesantes y rigurosos, al sucumbir al espectáculo periodístico propio fogoneado por TyC, expresado en editoriales interesadas, chanzas internas en clave de supuesto humor , gestos de maltrato entre colegas y nula capacidad para explicar el desarrollo de los partidos sin caer en obviedades, parcialidad en el análisis, zonceras de todos los colores y guaranguismos que obligan -en suma- a una única acción posible en un segmento de la audiencia: bajar el volumen. Lo curioso es que desde TyC y medios afines, se critica -luego de curioso silencio- a Araujo con inusitada virulencia, especialmente porque Araujo es un símbolo -grotesco y controvertido- del periodismo que instituyeron ellos, es su periodismo, el que los define, el que siguen haciendo en las otras pantallas.
Tampoco aportan a mejorar las transmisiones otros integrantes del staff de Fútbol para Todos, como Rodolfo De Paoli y Adrián De Blasi, dos que buscan impacto lejos de la orginalidad y el buen gusto; Marcelo Schinca, formateado en TyC con todo lo que ello implica; Oscar Martínez, éxegeta del sentido común; y hasta Roberto Perfumo, excesivamente centrado en narrar su epoca de jugador, una época que terminó y difiere bastante del presente. Excepciones, desde luego, muchas: Alejandro Apo, si bien cansa con su tono apesadrumbrado, rompe el tedio con alguna referencia musical o literaria; Javier Vicente nos recuerda que alguna vez existió otro relato en la Argentina, verdaderamente apasionado y sincero; Fernando Salceda analiza con criterio y mesura; en tanto Fernando Lingiardi y Marcelo Lewandowsky reúnen sobriedad, buen ojo y matizados comentarios que hacen agradable la transmisión.
Como se advierte, una parte del balance revela que existen aciertos, grietas y aspectos a mejorar, concluidos tres torneos. De hecho la cuestión estética, derivada de resabios del viejo modelo, parece no amoldarse a la programación de canal 7, cuyos contenidos y calidades produjeron una verdadera transformación en la televisión abierta. Finalmente, y como señalara Víctor Hugo Morales, sería interesante desligarse -lentamente- del desproporciornado Grondonismo que campea en cada transmisión. Las efémeridades políticas, sociales y culturales en el entretiempo, la historia de los clubes y el mensaje progresista que se intenta difundir, pierden efecto ni bien se cuela por detrás un Grondona constructor e impoluto.
Tareas pendientes, en definitiva, sobre un cambio de hábito que parece haber recibido positivamente el público, si bien falta decisión política para que el fútbol llegue -efectivamente- a todos lados. De cualquier manera, la reunión con amigos o en familia, las imágenes en vivo sobre algo que ocurre, en algunos casos, a miles de kilómetros de distancia y la apertura de goles anteriormente incautados por la arbitrariedad de un grupo de empresas cuya última prioridad son los hinchas, alientan a defender y mejorar este derecho nacido de una esperada bendición de los hombres justos. Futboleros desde siempre.
P.P
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