martes, septiembre 07, 2010

SELECCIÓN NACIONAL // El técnico del proceso

Desde este espacio hemos cuestionado el excesivo protagonismo adjudicado a los entrenadores, sus dotes de auténticos responsables en las derrotas y en las victorias, el análisis minucioso de gestos, conductas y discursos según los dictados del marketing y el show. Parte de ese fenómeno se advierte con elocuencia en el Seleccionado Nacional, especialmente tras el breve ciclo de Diego Maradona en el cargo, en el cual las narraciones dominantes detuvieron sus juicios y evaluaciones en torno de su figura. Un seguimiento comprensible, podría argumentarse, de acuerdo con el imán que suscita su apellido y su condición de verdadero procer deportivo de la Argentina, aunque impiadoso y ensañado como consecuencia de episodios no deportivos que, en muchos casos, produjo omisiones al no consignar -o minimizar-  buenos momentos futbolísticos del equipo nacional en Sudáfrica 2010, progresos de Maradona en su rol de entrenador y el reparto de culpas a la hora de la eliminación mundialista; por caso señalar qué responsabilidad le caben a la AFA y a un tipo de periodismo aferrado a relevar lo accesorio y el escándalo, revanchista desde que el ente rector del fútbol argentino no solo le confirió lugares, accesos y componendas durante la etapa en la que fueron socios, sino también propició su expansión y poder.

En ese tumultuoso y conflictivo escenario que precedió a la salida de Maradona, el Seleccionado comenzó con Sergio Batista un nuevo proceso que, en cuanto a resultados, entrega números contundentes: dos victorias, una de ellas ante la mismísima España, con ratos de brillo en el juego y actuaciones individuales para destacar. Pero subsisten dudas, recelos e interrogantes que no pueden soslayarse. Batista, sin ir más lejos, llega al cargo ungido por Julio Grondona y por él mismo, pese a acreditar un currículum pobre y se hicieran repetidos anuncios sobre una comisión evaluadora que designaría al próximo entrenador.

Es decir, otra desprolijidad que refuerza una certeza: la "refundación" del fútbol argentino, con esta conducción, es una invención dirigida a cierto público ingenuo y, lamentablemente, crédulo. A esto se añaden conceptos de Batista que merecen alguna consideración. Habló de proyecto sin reparar en un oscuro antecedente que lo interpela de modo directo: la discontinuidad del cuerpo técnico de los juveniles en 2007. Pidió, en caso de ser evaluado en estos partidos amistosos, que no se analice su desempeño sólo por los resultados, olvidando las reglas de juego impuestas por sus empleadores ceñidas al triunfo como única variable de juicio. Finalmente, estableció empalagosos y recíprocos diálogos mediáticos con Lionel Messi, de flojo mundial e irregulares rendimientos con la Selección, llenos de lugares comunes y referencias que consolidan su individualismo ("Hay que dejar a Lionel que disfrute con el fútbol que le gusta a él"), amén de un marcado destrato con Maradona ("A Messi no hay que apurarlo con la capitanía).



Los resultados, aunque le pesen a Batista, parecerían sostenerlo en el cargo vaya uno a saber hasta cuándo. En el medio, ya campea el aire de la renovación y la concordia, esos entusiasmos antes resistidos por determinados sectores del ambiente durante la gestión de Maradona, el hombre maldito. Algunos aficionados, una porción del público, periodistas con cierto grado de dignidad, sabrán que una victoria circunstancial, un triunfo grandioso o un título tranquilizador no borran un reclamo legítimo: los hinchas y el fútbol argentino merecemos otra cosa, acaso parecido a lo que alumbró en Sudáfrica en esos días de amor y de batalla.

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