miércoles, marzo 09, 2011

RACING // Lo irracional


"Hace dos goles, uno abajo del arco y otro de rebote, y la gente lo ovaciona. Inentendible. Qué hinchada pelotuda", decía el joven de Racing, con elocuentes gestos de fastidio durante su extenso y valiente comentario, luego de disfrutar y sufrir sin pausa en el contradictorio duelo ante Olimpo. La referencia apuntaba a Pablo Lugüercio, la figura del partido y hombre de sacrificio sostenido en La Academia, si bien los planteos y observaciones de este simpatizante no encontraban eco ni respuestas entre quienes, minutos antes, desplegaron todo su cariño y agradecimiento -una vez más- hacia el flaco de tranco desgarbado y ojos humildes, autor de un gol y gestor de otro..

Ocurre que la historia de Lugüercio en Racing ingresa en las raras anomalías de este deporte que moviliza pasiones profundas como ningún otro. Lejos del porte de crack, limitado técnicamente, de movimientos torpes e indefinibles, el platense se convirtió en una de las banderas del club. Por esfuerzo. Por compromiso. Por perseverancia. También por su presente futbolístico que supo construir después de atravesar angustias, pesares, batallas en soledad tras su arribo a la institución de Avellaneda en 2008. Fue el Payaso, como lo apodan debido a sus particulares movimientos y la hidalguía de su rostro esquivo, quien levantó a una tribuna hastiada de jugadores errantes y desafectivizados. El mismo que entendió los mandatos y obligaciones de un tiempo oscuro de Racing a partir de su tesón para suplir visibles carencias. Un futbolista capaz de generar fuertes adhesiones e inesperados resurgimientos cuando desde la sencillez, cierta astucia y empeño advertía que no existen sinsabores eternos ni logros imposibles. Su repentina y pintoresca idolatría, en tal sentido, testimonia la vigencia de un jugador creyente, abnegado y corajudo,  instalado ya entre los jugadores sujetos a los recuerdos cronicados, pese a que la historia no hablará de numerosas conquistas (11 goles en 91 partidos), de grandes apiladas, de goles evitados con heroísmo ni de una presencia intimidatoria.

Esa historia sí describirá con trazos indagadores los avatares de un club que encontró en Lugüercio un bálsamo, verdaderos gritos de guerra frente al espanto y las rémoras de una trayectoria santa, súbitamente convertida en oprobio. Y aquí se expresaría una analogía que, tal vez, dé cuenta de un clima de época tribunero persistente: jugadores portadores de identidad que evocan los orígenes y los rasgos distintivos, originarios y potenciales del club que supo y debería ser. Pasó con Maradona en la Selección, Ortega en River, ahora Riquelme en Boca, entre tantos otros.. Lo de Lüguercio es diferente, especialmente por la dimensión de esos nombres y sus aportes, pero se asemeja en cada ovación transformada en proclama de reivindicación o de disgusto ante un mal de desempeño que exige prestaciones como la del victoreado.

El "Lugueeeeercio" de cada fin de semana, como el de los casos citados y posiblemente otros más, acaso repone el especialísimo vínculo entre jugadores e hinchas, aunque en el fondo se grita por los colores queridos personificados en un nombre. Lugüercio, tal vez, simboliza un momento determinado en el recorrido de un club que conecta con partes sustanciales de una historia de pertenencias colectivas. La idolatría supera a las cualidades del jugador, lo cual torna irracional y fascinante eso que el joven de Racing, libre de tensiones, intentaba analizar con algún grado de lógica. Hablando solo.

P.P.

No hay comentarios.: