Se termina otro torneo sin festejos de los denominados clubes grandes, el tercero consecutivo tras el título ganado por Boca en diciembre de 2008. ¿Fenómeno de coyuntura? ¿Nuevos alineamientos en el fútbol argentino? ¿Impactos de la nueva etapa signada por un reparto más equitativo de los ingresos televisivos? Difícil hallar una respuesta frente a tantos interrogantes en una época dominada por el vértigo de los acontecimientos, por la incertidumbre como rasgo constitutivo de cada contienda, por la polémica situada en el tráfico de intereses económicos y en el devenir diario de vencedores y vencidos en clave de noticia de impacto.
De ganadores y perdedores, justamente, se habló bastante en el certamen que culmina en poco tiempo con Estudiantes y Argentinos en la cima. Empecemos por el final. Legitimados por los resultados y por un juego que cautiva a un importante segmento del público, los jugadores del cuadro platense reavivaron con declaraciones estridentes un debate maniqueo y enlodado, al afirmar, por ejemplo, "para hablar hay que ganar", "A Estudiantes le da igual dónde se juega, nosotros hablamos en la cancha" y otros dichos y gestos instituidos en ciertos aditamentos del cuerpo pincharrata, especialmente en aquellos que conciben un único relato de la historia para desestimar críticas y objeciones: el del triunfo.
La sucesión de frases recientes de los futbolistas de Estudiantes tienen, no obstante, explicaciones, entre ellas el retorno de Ángel Cappa y su discurso categórico, irritante para muchos, asentado en vehementes convicciones relativas a reivindicar el sentido primario de este juego. El riesgo es que Cappa, en algunas ocasiones, habla desde una supuesta verdad absoluta -preestablecida, además-, y adopta, en consecuencia, posiciones dogmáticas que sugieren dos cosas; por un lado, una enumeración de postulados en forma de tesis, por otro, la imposibilidad de aceptar que no existe "la verdad" o "el verdadero fútbol que le gusta a la gente". Invocar encuestas favorables supone apenas un indicio favorable, al margen de que esos estudios abarcan un universo acotado. Por lo tanto todo puede discutirse, de lo contrario la verdad adquiriría el lugar del credo religioso sin reparar que existen planteos enriquecedores desde distintas escuelas. Eso sí, hay un aspecto importante que repone Cappa con destacada lucidez : el itinerario de la trampa en el fútbol argentino.
En función de lo expuesto cuentan, y mucho, dos operaciones eficaces para delimitar una borrosa línea entre buenos y malos, lindos y feos, soberbios y humildes, dado que así como se señala con el dedo a los dueños del buen gusto, también desde la otra vereda figuran quienes se han apropiado de un discurso reservado para ellos, los ganadores, los que piden ejemplos fácticos (resultados) para sentarse a la mesa del debate. Eso también implica una tácita descalificación. Una pena, ciertamente, porque la pasión -saludable, necesaria, inevitable- en torno de un tema provechoso para reintroducir la discusión sobre el juego enceguece a los protagonistas. Peor aún: los protagonistas alimentan, sin proponérselo, el costado más ingrato de determinada agenda periodística-farandulera centrada en reflexionar sobre las cremitas de Cubero u Otamendi, las novias de Fabbiani y Mouche en ese mundo paralelo que transcurre en la nocturnidad, o los peculiares almuerzos de Riquelme en la concentración de Boca.
Pero además, el torneo que termina también deparó hechos y conclusiones ceñidos al citado eje ganadores-perdedores aunque con otros intérpretes. Américo Gallego, el entrenador de Independiente, hizo un culto del entrenador-protagonista que rige el show, con gestos ampulosos para las cámaras, frases provocativas y una declaración de principios ya consignada en otros medios: adueñarse de la victoria de sus jugadores y eludir la derrota al señalar errores de sus dirigidos, reclamar la contratación de jugadores más idóneos para disputar con mejor suerte el próximo torneo y desplegar un manual de excusas que no interpela los saberes de alguien que sabe lo que es ganar partidos y campeonatos. Argentinos Juniors, con chances concretas de coronarse, no escapa al clima imperante. José Luis Calderón, ex referente pincha, reparó en los fallos favorables a Estudiantes, instalando dudas y sospechas sobre los arbitrajes, la mayoría infundadas, sin pruebas y enmarcadas en el resultado final.
En definitiva, se trata de episodios conocidos, recurrentes en las instancias finales e improductivos cuando se pierden de vista algunos datos comunes que enaltecen el trabajo de todos, por ejemplo, el protagonismo que recuperó Independiente, los meritorios y atrapantes rendimientos de Estudiantes y Argentinos en el certamen (una disputa superior a la que protagonizaron Banfield y Newell's en el último Apertura) y esos ratos de fútbol bien jugado que suelen exhibir los equipos de Cappa.
Es que si el tópico es ganar porque si no gano no hablo ni soy ni existo, si la palabra que cuenta es solo la propia, si las culpas siempre son de los otros, no hay modo de volver a debatir con amplitud de criterios sobre el juego, al cabo lo que importa y perdura, en el epílogo de un torneo que -indudablemente- abrió un surtido abanico de temas para reflexionar y analizar. Lejos de las chicanas y las mezquindades que clausuran la discusión y, más grave aún, dilapidan una de esas oportunidades que no abundan para reencontrar la polémica que enriquece.
De ganadores y perdedores, justamente, se habló bastante en el certamen que culmina en poco tiempo con Estudiantes y Argentinos en la cima. Empecemos por el final. Legitimados por los resultados y por un juego que cautiva a un importante segmento del público, los jugadores del cuadro platense reavivaron con declaraciones estridentes un debate maniqueo y enlodado, al afirmar, por ejemplo, "para hablar hay que ganar", "A Estudiantes le da igual dónde se juega, nosotros hablamos en la cancha" y otros dichos y gestos instituidos en ciertos aditamentos del cuerpo pincharrata, especialmente en aquellos que conciben un único relato de la historia para desestimar críticas y objeciones: el del triunfo.
La sucesión de frases recientes de los futbolistas de Estudiantes tienen, no obstante, explicaciones, entre ellas el retorno de Ángel Cappa y su discurso categórico, irritante para muchos, asentado en vehementes convicciones relativas a reivindicar el sentido primario de este juego. El riesgo es que Cappa, en algunas ocasiones, habla desde una supuesta verdad absoluta -preestablecida, además-, y adopta, en consecuencia, posiciones dogmáticas que sugieren dos cosas; por un lado, una enumeración de postulados en forma de tesis, por otro, la imposibilidad de aceptar que no existe "la verdad" o "el verdadero fútbol que le gusta a la gente". Invocar encuestas favorables supone apenas un indicio favorable, al margen de que esos estudios abarcan un universo acotado. Por lo tanto todo puede discutirse, de lo contrario la verdad adquiriría el lugar del credo religioso sin reparar que existen planteos enriquecedores desde distintas escuelas. Eso sí, hay un aspecto importante que repone Cappa con destacada lucidez : el itinerario de la trampa en el fútbol argentino.
En función de lo expuesto cuentan, y mucho, dos operaciones eficaces para delimitar una borrosa línea entre buenos y malos, lindos y feos, soberbios y humildes, dado que así como se señala con el dedo a los dueños del buen gusto, también desde la otra vereda figuran quienes se han apropiado de un discurso reservado para ellos, los ganadores, los que piden ejemplos fácticos (resultados) para sentarse a la mesa del debate. Eso también implica una tácita descalificación. Una pena, ciertamente, porque la pasión -saludable, necesaria, inevitable- en torno de un tema provechoso para reintroducir la discusión sobre el juego enceguece a los protagonistas. Peor aún: los protagonistas alimentan, sin proponérselo, el costado más ingrato de determinada agenda periodística-farandulera centrada en reflexionar sobre las cremitas de Cubero u Otamendi, las novias de Fabbiani y Mouche en ese mundo paralelo que transcurre en la nocturnidad, o los peculiares almuerzos de Riquelme en la concentración de Boca.
Pero además, el torneo que termina también deparó hechos y conclusiones ceñidos al citado eje ganadores-perdedores aunque con otros intérpretes. Américo Gallego, el entrenador de Independiente, hizo un culto del entrenador-protagonista que rige el show, con gestos ampulosos para las cámaras, frases provocativas y una declaración de principios ya consignada en otros medios: adueñarse de la victoria de sus jugadores y eludir la derrota al señalar errores de sus dirigidos, reclamar la contratación de jugadores más idóneos para disputar con mejor suerte el próximo torneo y desplegar un manual de excusas que no interpela los saberes de alguien que sabe lo que es ganar partidos y campeonatos. Argentinos Juniors, con chances concretas de coronarse, no escapa al clima imperante. José Luis Calderón, ex referente pincha, reparó en los fallos favorables a Estudiantes, instalando dudas y sospechas sobre los arbitrajes, la mayoría infundadas, sin pruebas y enmarcadas en el resultado final.
En definitiva, se trata de episodios conocidos, recurrentes en las instancias finales e improductivos cuando se pierden de vista algunos datos comunes que enaltecen el trabajo de todos, por ejemplo, el protagonismo que recuperó Independiente, los meritorios y atrapantes rendimientos de Estudiantes y Argentinos en el certamen (una disputa superior a la que protagonizaron Banfield y Newell's en el último Apertura) y esos ratos de fútbol bien jugado que suelen exhibir los equipos de Cappa.
Es que si el tópico es ganar porque si no gano no hablo ni soy ni existo, si la palabra que cuenta es solo la propia, si las culpas siempre son de los otros, no hay modo de volver a debatir con amplitud de criterios sobre el juego, al cabo lo que importa y perdura, en el epílogo de un torneo que -indudablemente- abrió un surtido abanico de temas para reflexionar y analizar. Lejos de las chicanas y las mezquindades que clausuran la discusión y, más grave aún, dilapidan una de esas oportunidades que no abundan para reencontrar la polémica que enriquece.
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