La emoción no cesa pese al inevitable transcurrir de las horas. Se propaga. Se extiende en cada esquina del barrio y en cada hincha. Se disfruta como nunca. Y es comprensible, claro. All Boys, el club nacido en 1913 e intímamente ligado a Floresta que prolonga sus simpatías en Monte Castro, Villa Mitre, Flores, Villa Devoto, Parque Avellaneda y Villa del Parque, consiguió el mayor triunfo de su larga trayectoria deportiva. Una victoria que supera aquel título obtenido en 1972 teniendo en cuenta los cambios organizativos de los campeonatos, el escenario de la coronación, los continuos avatares de un equipo que supo revertir momentos adversos, presiones exageradas y otras cuestiones ceñidas a una época signada por el exitismo y la intemperancia, muy distinta de aquella coyuntura de 38 años atrás cuando el juego y los humores de la tribuna eran otros, cuando la derrota era aceptada como alternativa posible, cuando el fútbol no era ni pretendía ser el último refugio de las almas rotas.
Este ascenso del cuadro de Floresta, por tanto, tuvo tonos de auténtica epopeya. Porque lo logró con autoridad ante un rival con historia, respaldado por una ciudad apasionada, grande por donde se lo mire, capaz de reconocer al adversario aún en la derrota, y porque irrumpió con fuerza en la élite del futbol argentino a partir de un categórico 3 a 0, después de una temporada con claroscuros en la B Nacional. Los números indican que All Boys fue, junto con Olimpo, el de más victorias (19); sin embargo la cantidad de derrotas (finalmente 13, las mismas que el descendido Platense) y las intermitencias en el rendimiento generaron dudas sobre las chances reales de subir a Primera, en tanto promovieron voces que -a priori- parecían sensatas de acuerdo con el diagnóstico, por ejemplo aquellas que evaluaban sumar la mayor cantidad de puntos para afianzarse en una categoría compleja como la B Nacional y, luego sí, focalizar en eventual regreso a la A.
Los tiempos, no obstante, se aceleraron, y hoy el Blanco y Negro celebra su vuelta a la máxima categoría, 30 años después de soportar algo más que un circunstancial descenso si se consideran los años siguientes, ese prolongado derrotero en distintas divisionales del fútbol de los sábados, esa herida abierta ante sucesivas gestas del clásico rival, Nueva Chicago, envalentonado en determinado momento para que un importante aunque minoritario segmento de sus hinchas olvidara tradiciones, duelos entrañables, perfumes de un recorrido que los emparentaba con su vecino en infinitos aspectos y los situaba, al mismo tiempo, en un campo de posibilidades, expectativas y horizontes compartidos.
Razones, por tanto, que explican el ruidoso festejo de All Boys entre la noche del domingo y la madrugada del lunes. Un ascenso, además, con notas llamativas. En lo estadístico, diversos medios hicieron hincapié en los trazos de una historia que vuelve a repetirse: el campeonato de Argentinos Juniors y la pérdida de la categoría de Rosario Central (1984 y 2010). Pero, desde la óptica del vencedor de la promoción, cabe puntualizar que el cuadro de Floresta jugará nuevamente en Primera con Tigre y Quilmes, los dos clubes con los cuales bajó a la B en 1980, uno de ellos acreedor del ascenso este año. Por otra parte, también en los dos planteles que ascendieron a la A estuvo un nombre que, sin lugar a dudas, se erige hoy como el más importante de la trayectoria del club: José Pepe Romero. Medido en sus declaraciones, alejado de cualquier histrionismo, y con actitudes nobles en un ambiente que hace de la ventaja, de la trampa y de la mezquindidad en el juego un decálogo para "ganadores", Romero ideó una formación a tono con el gusto de los hinchas y mantuvo la calma para no renunciar ante las críticas del público en momentos difíciles, algunas atendibles desde luego, otras rozando la delgada línea que separa el cuestionamiento perpetuo del insulto desproporcionado.
A esto se añade el rol protagónico que asumió Roberto Bugallo, el presidente que como tantos otros divide su simpatía futbolera en dos equipos, quien basó su gestión en equilibrar la grave situación financiera que padecía el club, construir obras impensadas diez años atrás, trabajar con el barrio y la comunidad, y apostar a un proyecto futbolístico integral, a largo plazo, sustentado en las premisas que aplica en su ámbito laboral (laboratorios Casasco): cumplir con los pagos de los trabajadores, ofrecer comodidades y premios, evitar instancias de conflicto que pongan en riesgo la estabilidad institucional.
Así, Bugallo apostó por Romero en un momento difícil de la gestión y juntos armaron un plantel de jerarquía, con datos que reafirman la continuidad del mencionado proyecto: 17 jugadores estuvieron en los dos recientes ascensos. Situación que permite esbozar una hipótesis de cara a la exigente próxima temporada: lejos de desarmar una base, All Boys parecería inclinarse a la postura de conservar la estructura que le dio réditos en lo futbolístico, con los riesgos que supone, desde ya, tras las recientes experiencias de Chacarita, Atlético y San Martín de Tucumám. El debate instalado en la tribuna es precisamente saber si habrá inteligencia y si alcanzan los progresos recientes para evitar asemejarse a otros casos de clubes con pasado en la B que llegaron a Primera y retornaron enseguida (Almagro y Los Andes, ahora ambos en la B Metro).
Mientras tanto, el festejo por el regreso a Primera sigue su curso y arroja conclusiones; conviene no menospreciar al fútbol de los sábados. Equipos humildes y sacrificados como el de Floresta hay muchos, aunque este club acaba de instalarse en el círculo privilegiado con atributos de cuadro grande. De verdadero gigante del ascenso que, ya sea un año, dos o quince en la A, le agrega una estrella a su luminoso horizonte de blancos y negros.
Pablo Provitilo
Este ascenso del cuadro de Floresta, por tanto, tuvo tonos de auténtica epopeya. Porque lo logró con autoridad ante un rival con historia, respaldado por una ciudad apasionada, grande por donde se lo mire, capaz de reconocer al adversario aún en la derrota, y porque irrumpió con fuerza en la élite del futbol argentino a partir de un categórico 3 a 0, después de una temporada con claroscuros en la B Nacional. Los números indican que All Boys fue, junto con Olimpo, el de más victorias (19); sin embargo la cantidad de derrotas (finalmente 13, las mismas que el descendido Platense) y las intermitencias en el rendimiento generaron dudas sobre las chances reales de subir a Primera, en tanto promovieron voces que -a priori- parecían sensatas de acuerdo con el diagnóstico, por ejemplo aquellas que evaluaban sumar la mayor cantidad de puntos para afianzarse en una categoría compleja como la B Nacional y, luego sí, focalizar en eventual regreso a la A.
Los tiempos, no obstante, se aceleraron, y hoy el Blanco y Negro celebra su vuelta a la máxima categoría, 30 años después de soportar algo más que un circunstancial descenso si se consideran los años siguientes, ese prolongado derrotero en distintas divisionales del fútbol de los sábados, esa herida abierta ante sucesivas gestas del clásico rival, Nueva Chicago, envalentonado en determinado momento para que un importante aunque minoritario segmento de sus hinchas olvidara tradiciones, duelos entrañables, perfumes de un recorrido que los emparentaba con su vecino en infinitos aspectos y los situaba, al mismo tiempo, en un campo de posibilidades, expectativas y horizontes compartidos.
Razones, por tanto, que explican el ruidoso festejo de All Boys entre la noche del domingo y la madrugada del lunes. Un ascenso, además, con notas llamativas. En lo estadístico, diversos medios hicieron hincapié en los trazos de una historia que vuelve a repetirse: el campeonato de Argentinos Juniors y la pérdida de la categoría de Rosario Central (1984 y 2010). Pero, desde la óptica del vencedor de la promoción, cabe puntualizar que el cuadro de Floresta jugará nuevamente en Primera con Tigre y Quilmes, los dos clubes con los cuales bajó a la B en 1980, uno de ellos acreedor del ascenso este año. Por otra parte, también en los dos planteles que ascendieron a la A estuvo un nombre que, sin lugar a dudas, se erige hoy como el más importante de la trayectoria del club: José Pepe Romero. Medido en sus declaraciones, alejado de cualquier histrionismo, y con actitudes nobles en un ambiente que hace de la ventaja, de la trampa y de la mezquindidad en el juego un decálogo para "ganadores", Romero ideó una formación a tono con el gusto de los hinchas y mantuvo la calma para no renunciar ante las críticas del público en momentos difíciles, algunas atendibles desde luego, otras rozando la delgada línea que separa el cuestionamiento perpetuo del insulto desproporcionado.
A esto se añade el rol protagónico que asumió Roberto Bugallo, el presidente que como tantos otros divide su simpatía futbolera en dos equipos, quien basó su gestión en equilibrar la grave situación financiera que padecía el club, construir obras impensadas diez años atrás, trabajar con el barrio y la comunidad, y apostar a un proyecto futbolístico integral, a largo plazo, sustentado en las premisas que aplica en su ámbito laboral (laboratorios Casasco): cumplir con los pagos de los trabajadores, ofrecer comodidades y premios, evitar instancias de conflicto que pongan en riesgo la estabilidad institucional.
Así, Bugallo apostó por Romero en un momento difícil de la gestión y juntos armaron un plantel de jerarquía, con datos que reafirman la continuidad del mencionado proyecto: 17 jugadores estuvieron en los dos recientes ascensos. Situación que permite esbozar una hipótesis de cara a la exigente próxima temporada: lejos de desarmar una base, All Boys parecería inclinarse a la postura de conservar la estructura que le dio réditos en lo futbolístico, con los riesgos que supone, desde ya, tras las recientes experiencias de Chacarita, Atlético y San Martín de Tucumám. El debate instalado en la tribuna es precisamente saber si habrá inteligencia y si alcanzan los progresos recientes para evitar asemejarse a otros casos de clubes con pasado en la B que llegaron a Primera y retornaron enseguida (Almagro y Los Andes, ahora ambos en la B Metro).
Mientras tanto, el festejo por el regreso a Primera sigue su curso y arroja conclusiones; conviene no menospreciar al fútbol de los sábados. Equipos humildes y sacrificados como el de Floresta hay muchos, aunque este club acaba de instalarse en el círculo privilegiado con atributos de cuadro grande. De verdadero gigante del ascenso que, ya sea un año, dos o quince en la A, le agrega una estrella a su luminoso horizonte de blancos y negros.
Pablo Provitilo
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