Continuando con su política de aciertos, la dirigencia de River estrenará en las próximas semanas un coqueto e impresionante museo en el que se exhibirán piezas y obras alusivas a momentos victoriosos de la entidad millonaria, acompañados por glorias de todas las épocas. Nunca más oportuna una inaguración que, curiosamente, no solo cierra el segundo gobierno de José María Aguilar en el rubro marketing, sino que clausura una etapa en River: la de los subcampeonatos sesentistas y los títulos ininterrumpidos de las últimas tres décadas, la del semillero en ciernes donde siempre había un pibe mejor, la de la opulencia desvergonzada desde las miradas exteriores, el campeón más poderoso de la historia que Copani inmortalizó en una marchita.
Es la herencia, museificada, que deja el Aguilarismo y es también una señal contundente que conduce a una política a reconstruir donde ya no habrá millonarios para invocar. Será tarea de los D'Onofrios, Casellis, Passarellas, Meras Figueroas o Kippers refundar un club lejos del aire contaminante de la gestión que se va. Algo verdaderamente difícil dado que Aguilar e Israel, además de inaugurar un museo, inauguraron una forma de conducir y -fundamentalmente- una mentalidad que hizo de River una entelequia, un club que devoró su condición de institución ejemplar en 10 años y espantó a los hinchas con sus lenguajes desafectivizados e impopulares.
En ese marco, en este contexto de ruinas, River abre su museo. Acaso se trate de una metáfora que, agotadas las crónicas, los análisis y las editoriales que llenaron espacios en medios diversos, conviene tomarse con humor. Por ejemplo, imaginamos que la muestra no es completa y omite nombres, fechas y coyunturas. Suponemos, en consecuencia, que no debe ser redituable para nadie exhibir ante hinchas y turistas algunas instantáneas que nutren la última década, como el sobrio andar de Cabral, la deliciosa zurda de Abelairas o los piques al vacío de Gustavo Bou.
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