El ánimo festivo que invade cada rincón de la Argentina configura una fuerte señal de lo que genera el Seleccionado de Maradona, concluida la primera fase de Sudáfrica 2010. Esperanza, conformidad y lógicos desbordes dan cuenta de un escenario impensado semanas atrás, cuando influyentes medios discutían ausencias en la lista de convocados, modos de trabajo y otros aspectos vinculados con el posible desempeño del Seleccionado, siempre desde el juicio severo e implacable.
Lo concreto es que, insidias aparte, había razones para recorrer el camino del escepticismo y la duda, ya que Argentina venía de actuaciones discretas en las eliminatorias y en los amistosos, además de marcados cortircuitos internos en su conducción que desestimaban -al cabo- un clima alegre y esperanzador como el que acompaña al equipo nacional por estas horas. No obstante, y aceptado que la zona B se presumía accesible para el cuadro argentino, el juego exhibido por el equipo sorprendió gratamente a hinchas, jugadores y analistas de nuestro país. Lejos de los esquemas cautelosos y especulativos que dominan la competencia, el Seleccionado se reveló ambicioso, protagonista, una auténtica máquina de atacar que podría haber goleado en sus tres presentaciones. Con algunos futbolistas en altísimo nivel, por ejemplo Messi, Tévez, Heinze y Mascherano, pero también con reservas de jerarquía que aportaron decisivamente en determinados tramos de los encuentros.
Así, el provisorio balance en torno del rendimiento argentino indica que hay una máxima que suele cumplirse: el mundial es un torneo aparte, impredecible, a veces injusto, a veces muy exigente, y en el cual los antecedentes no siempre constituyen un reaseguro ni una condena para nadie. Sin olvidar, además, que el fútbol -y mucho más un mundial- no está escindido de los humores y de las expectativas de una sociedad dado que existe un componente identitario en este tipo de campeonato imposible de soslayar, si bien en ciertas ocasiones, eso sí, se invoca a una patria fantasmal e inasible.
De cara a los octavos, Argentina llega entonado al cruce con México tras una primera fase con puntaje ideal (algo que no ocurría desde hace 32 años) y con momentos llenos de emoción: las piruetas del diez con la pelota desde fuera del rectángulo, los abrazos y las palabras de aliento de Maradona a sus dirigidos, el gol de Martín Palermo ante Grecia, las cualidades mostradas por dos futbolistas analizados con lupa por el firmamento mediático (Higuaín, Heinze) y la aparición de Messi, esa figura especial que, no habría que descartarlo, acaso provoque dos reacciones cuando finalice el mundial: el elogio empalagoso o la condena denigratoria.
No obstante, el exceso de confianza puede confundir a un equipo que hizo de la humildad y de la sencillez una virtud, y también una política para escaparle al incómodo rótulo de favorito lanzado por quienes viven acomodando evaluaciones conforme varían resultados. Estos mismos voceros deberían ser considerados -o al menos celebrar- a un equipo que abre las puertas de un futuro auspicioso, encendió ilusiones inusitadas y desató fervores extendidos, pero ahora, no cuando llegue la hora del escarnio. Porque el seleccionado ya superó lo realizado por el cuadro de Bielsa en 2002, el técnico que hoy recoge simpatías en nuestros país. Maradona, el máximo ídolo deportivo de todos los tiempos, no debería esperar tanto para escuchar que ya es un técnico respetable, digno exponente de una escuela de entrenadores sagaces, intuitivos y de probada capacidad.
jueves, junio 24, 2010
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