miércoles, febrero 04, 2009

Fabbiani, el último romántico


La llegada de Cristián Fabbiani a River reúne características de auténtico melodrama futbolero. Melodrama, recordemos, designa en su larga historia a obras teatrales, radiales, cinematográficas o televisivas que -acudiendo muchas veces a la incorporación musical- exaltaba lo sentimental. Convertido en género mediático popular, cautivó a las audiencias latinoamericanas en las décadas del '40 '50 y '60 a partir de rasgos reconocibles: formato fragmentado (secuenciado), incertidumbre en la trama, efectos emotivos. Género fundante de una memoria que, como apuntan ciertos estudios culturales, se activaría años más tarde en el público para reconocer un pasado propio y para dotar de sentido a productos massmediáticos posteriores.
Claro que el melodrama futbolero tiene otro ordenamiento, otras estructuras y otros lenguajes. Emergente de una época atravesada por la nuevas tecnologías de la información, su argumento nodal focaliza en una crónica hueca donde la consecuencia de esa trama no espera al día siguiente sino que presenta nuevos capítulos en la misma jornada. Y donde los propios autores de la saga se permiten cuestionar el género que alimentan y del que se nutren sus agendas monocordes, espasmódicas, diseñadas -presuntamente- de acuerdo con el gusto de los consumidores (vale interrogarse si los estudios de mercado efectivamente les informan a las empresas periodísticas "aquello que la gente quiere ver o escuchar" o si esa porción de "gente" es orgullosa y despistadamente imbécil).
Desde esta óptica, cabe referirse a un aspecto novedoso en torno al pase de Fabbiani a River. ¿Habremos de creer, como señalan protagonistas y mediadores del culebrón, que el "pibe se equivoco feo", "procedió impulsivamente", "esconde otro deseo tras el deseo". Populistamente, oportunistamente, demagógicamente -argüye un sector del medio futbolero- el Ogro vende una imagen para la tribuna. Un recurso, agregan, remanido y grotesco. ¿Es así? ¿Abundan casos de este tipo últimamente? ¿Se parece, por ejemplo, a lo sucedido con Maxi Morales este mismo verano?
Por lo pronto, puede decirse que Fabbiani transmite a partir de su discurso adocenado y emotivo una sensación reconfortante: el anhelo de representar a la camiseta que soñó y sueña. El principio básico, claro está, para que se establezca el contrato con los hinchas.
Si no fuera cierto el mentado idilio que pondera el centrodelantero, ¿desde que pensamiento ilustrado, desde qué cúspide intelectual-moral-ético periodística se puede cuestionar a esos hinchas que creen y se ilusionan con los dichos de Fabbiani? Porque, no olvidemos, la operación de los autores del culebrón consiste en subrayar una zona crítica del negocio pero que no es una interpelación visceral a todo el negocio. Es decir, cuestionamiento mediático a jugadores mercenarios, representantes de guante blanco y añoranzas del fútbol que fue; pero en el mismo gesto y al mismo tiempo: Maradona y la mística, recuperar la gloria perdida y qué vivo que es Don Julio. (No creas en esto pero sí en aquello otro).
En definitiva, así como la eficacia del viejo melodrama radicaba en una creencia ilusoria para legimitar el formato, por qué cancelar (impugnadoramente)entusiasmos, esperanzas y la carga simbólica de ciertas palabras y ciertos gestos. Con un detalle agregado: aunque los hinchas compren una ficción y, más temprano que tarde, el centrodelantero ingrese al extenso grupo de jugadores mercenarios y peseteros, conviene recalcar que el fútbol se sostiene porque es precisamente una gran ficción, con su parte imaginaria y su parte simbólica.
Entre tanto escepticismo (muchos de nosotros nos enrolamos en este ítem), tanta insensibilidad y tanto culto al dinero, oxigena escuchar a alguien que habla de sentimientos, recuerdos, promesas de la infancia, goles futuros, idolatrías soñadas, destinos heroicos. En tal sentido, y sin justificar desprolijades, acaso importa menos saber si los sentimientos de Fabbiani son o no auténticos, genuinos, veraces: el dato reconfortante de su mensaje está contenido en los pliegues de los modos del decir.

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