lunes, abril 24, 2006

Un campeonato bajo sospecha, por Pablo

El escandoloso final de Vélez y Boca inicia, uno quisiera creer, un profundo debate en torno a las autoridades del fútbol (TV incluida). En principio, descartada la hipótesis de complot a favor del equipo que preside el Ingeniero Macri, cabe señalar, eso sí, que el penoso arbitraje de Sergio Pezzota se inscribe en una trama que salpica a todos los estamentos del campeonato doméstico: directores técnicos destituidos, complicidades periodísticas, arreglos dirigenciales a espaldas de los aficionados, hichas descontrolados ante la primera derrota y, en su faceta más descarnada, arbitrajes aberrantes.

En la primera fecha, por caso, se privó a Independiente de una victoria que hoy necesita como el agua si el juez no hubiese invalidado un gol lícito de Bustos Montoya. Indicio que se confirmó más tarde en el vergonzoso arbitraje de Quilmes-Estudiantes (2 goles mal anulados al cuadro de la Plata), se ratificó después con las amenazas que sembró Basile -toda una estrategia para condicionar a los árbitros- y, lo dicho, el episodio triste del último domingo. En el medio, planteles que boicotean entrenadores (River y Racing), jugadores que abandonan la actividad en plena competencia, gerenciadoras que van y vienen, agresiones y controversias de entrenadores que pasan de héroes a villanos en cuestión de meses (Falcioni-Leeb). Porque la violencia, habrá que repetirlo una y mil veces, se ha convertido en un insumo más. Cómo no va a responder con violencia alguien que vive un despojo en carne propia, que lo observa cotidianamente en su entorno, que lo condiciona desde el momento en que acepta (en vano) las reglas de un juego que de democrático solo tiene que los partidos comienzan cero a cero. La violencia no es parte del folclore sino que es el folclore mismo, la única posibilidad de ser en el mundo.

El saldo, en suma, indica que el campeonato local no es la evasión de la alienación cotidiana ni el juego sanguíneo que algunos incorporamos en la infancia. Por el contrario, es un campo sangriento de intereses encontrados, conductas reprobables de todos sus protagonistas, amenazas cobardes y mediocridades a la orden del día, salvo honrosas excepciones que francamente escasean (la extinguida revista Un Caño es un claro exponente).

Así las cosas, las perspectivas de cara al futuro son negativas, no solo para los consumidores del espectáculo sino para los productores del propio negocio. Porque si los que ganan son siempre los mismos, ayudas arbitrales mediante, el rédito económico de hoy puede conspirar contra la estructura en su conjunto. Y, con la credibilidad en crisis, lo que resta son escombros de un pasado esplendoroso aunque inasible en el presente. De todos modos, la corporación del fútbol iniciada en los 90 siempre ha encontrado la forma de recomponerse.

Ahora bien; ¿alguien puede dudar que el partido Vélez-Boca no se jugaba únicamente en la cancha?. Cómo no vincular al ingeniero Macri -siempre tentado con su billetera- y las aspiraciones de Raúl Gámez a ocupar el trono del Jefe, el mismo que hace 15 días ponderó públicamente a Joao Havelange y celebró, con todos los honores, "el gran espectáculo del fútbol como el fenómeno comercial más extraordinario del siglo XXI". El resultado, claro, son hechos como los de ayer: la victoria de los vencedores de siempre que, casualmente o no, parecieran no ser aquellos que arrojaron descomedidamente las butacas de un estadio en llamas.

P.P.

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