lunes, junio 27, 2011

RIVER // Fin de una época

Para Revista Acción http://www.acciondigital.com.ar/



Fin de una época

El descenso de River generó dolor popular, incredulidad y análisis diversos donde intervienen factores no solamente deportivos. Modelos de clubes y desafíos en marcha para el fútbol argentino.


Posiblemente sea el acontecimiento más importante de la historia argentina futbolera a nivel clubes, desde la instauración del profesionalismo en 1931. Por su magnitud, por su desarrollo y también por sus derivaciones. El inédito descenso de River a la B Nacional, ya consumado tras un tortuoso final para los miles de hinchas que habitan a lo largo y a lo ancho de la Argentina, parecía un suceso que ni el espectador neutral ni el más pesimista de los simpatizantes millonarios creía posible. Mucho más cuando en el repaso de su dilatada trayectoria de 110 años cuenta una avalancha de títulos locales (33 campeonatos, el más ganador de nuestro país), títulos internacionales de envergadura (2 Copas Libertadores, 1 Intercontinental), un semillero que fue bandera del fútbol nacional y, sobre todo, su condición de otrora club modelo según la cantidad de asociados, las múltiples disciplinas abiertas a la comunidad y el manejo financiero de una camada de dirigentes que priorizaron los intereses del club por encima de sus apetencias personales y sus egos. Un club demasiado grande para imaginarlo en los torneos de ascenso, con muchos rivales de otro linaje y otra estructura.

Claro que existen razones y responsables que explican el declive futbolero de River. Y que se circunscriben, fundamentalmente, a las dos gestiones de José María Aguilar –presidió el club entre 2001 y 2009- cuando la institución eligió un rumbo a contramano de los mandatos de su historia cuyos costos, tarde o temprano, se pagan. Así, el club padeció todo tipo de desaguisados en la última década que lo llevaron a una delicada situación deportiva e institucional, entre los cuales figuran negocios con representantes de grupos económicos en desmedro del propio patrimonio a partir de una fallida política de compra y venta de jugadores, la licuación de las divisiones inferiores –todo un emblema de River- y haber entablado turbias relaciones con las denominadas barras bravas, protagonistas de numerosos episodios de violencia que deterioraron la imagen de la entidad. Todo bajo la pasividad de un tipo de periodismo –el que anida en los medios hegemónicos- alentado por el propio club, incapaz de denunciar e investigar nada ante las diferentes irregularidades acaecidas en este período. Llamó la atención, sobre esto último, la tapa del diario Olé del sábado 18 de junio que le adjudicó idéntica responsabilidad de los pesares de River a Aguilar y Daniel Passarella, quien está en el cargo desde fines de 2009. Un medio que, cabe recordar, no tuvo el mismo gesto de editorializar virulentamente sobre la culpabilidad del ex presidente millonario, respecto del tráfico de componendas que se urdían en el club.

De cualquier modo, hubo fallas de Passarella ostensibles, principalmente haber subestimado la compleja situación deportiva de River (tuvo 3 campeonatos para remediar, al menos en parte, la ubicación del cuadro millonario en la tabla de los promedios) y no dar a conocer los números de la auditoría sobre la gestión anterior, una promesa de campaña muy esperada por los hinchas. Las cifras de los balances de la entidad, en tal sentido, devienen elocuentes para explicar la pérdida de categoría y las responsabilidades compartidas: amén de varias denuncias por corrupción, Aguilar dejó a River con un pasivo de 130 millones de pesos, incrementado durante el mandato de Passarella a 220 en un año, lo cual revela el actual cuadro de situación en el cual, acaso lo más grave, no solo pasa por el aspecto financiero sino también por la paulatina pérdida de identidad de la institución millonaria. Suficientes causas, en definitiva, para que decantara previsiblemente este presente.

Dramas y refundaciones

El descenso de categoría, una posibilidad que le cabe a todos los equipos, se vive en Argentina con exagerado dramatismo y desmesura, acrecentado en los últimos años por determinados discursos periodísticos que hacen del morbo y el amarillismo su caballito de batalla para atraer a las audiencias. De hecho, el fútbol nacional registra a otros 2 clubes muy importantes del país, enrolados en los llamados 5 grandes, que bajaron a la segunda división (San Lorenzo, en 1981, y Racing, en 1984) y que rápidamente retornaron al círculo privilegiado sin que constituyera un escándalo de proporciones mayúsculas.

No obstante, el caso de River tal vez reviste mayor trascendencia para el medio futbolero –y especialmente para los hinchas millonarios- debido a que se trata de un club más popular, al mencionado pasado de gloria (también era uno de los 3 clubes que no había jugado nunca en el ascenso, los otros son Boca e Independiente), y a una decadencia que fue mutando en agonía, desconcierto y desesperación conforme pasaban los años. Los desbordes de los hinchas en las promociones ante Belgrano de Córdoba que decretaron su descenso –el club cordobés quedó en la historia al mandar a River a la B- se vinculan con esa impotencia de arrastre, además del significativo hecho de que algunos episodios de violencia en los partidos de la promoción tuvo en el centro a la barra brava, de creciente protagonismo en la última década. Una metáfora, acaso, del momento del cuadro millonario.

Pero además subyace otro aspecto importante, ligado con este resonante acontecimiento, alusivo a lo que parecería ser el fin de una etapa que trasciende lo deportivo y se vincularía con cuestiones sociales y culturales. La caída de River, da la sensación, es también consecuencia de una etapa de la Argentina -principalmente en la década de los 90- donde los clubes fueron usados como plataforma para tramar negocios o catapultarse a la escena política, amén de determinadas concepciones asentadas en criterios de lucro, que derivaron en la ruptura del tejido social. Claro que hubo y hay excepciones según determinados ejemplos. De hecho, en los torneos recientes, quienes sobresalieron han sido instituciones que trabajan sobre la base de proyectos a largo plazo, priorizan la tarea con las divisiones inferiores y –sobre todo- ponderan un modelo de club que estimula la participación de los asociados. No casualmente Vélez (flamante campeón del Clausura), Lanús, Estudiantes de La Plata, Argentinos Juniors, Banfield y Godoy Cruz se mantienen en los primeros puestos, lo cual sugeriría –además- que se vislumbra un nuevo realineamiento en el fútbol argentino donde los llamados clubes chicos relegaron a los grandes. Y en el que debe consignarse, aunque todavía sea incipiente, la probable incidencia en el cambio que suscitó la etapa iniciada en 2009, relativa al reparto de dinero por parte del Estado acerca de los derechos por transmisiones televisivas.

Factores que hablarían, al cabo, de un posible nuevo ciclo en el fútbol argentino, al tiempo que de un previsible desenlace negativo cuando predominan fraudulentas administraciones en los clubes y existen favoritismos y arreglos solapados que conspiran contra el espíritu deportivo. Para River se trata de una mancha en su rica biografía que le demandará, en principio, una seria revisión de lo sucedido para refundarse en todos sus estamentos con miras a recuperar los núcleos vitales que lo convirtieron en una institución prestigiosa de la Argentina. Lejos de tratarse de una tragedia deportiva, un descenso puede abrir una esperanza para reencauzar un futuro venturoso, como lo demuestra la frondosa historia del fútbol argentino. Que sigue su curso y, afortunadamente, no termina.
 
P.P.

No hay comentarios.: