lunes, junio 27, 2011

El día después



Y un día lo vimos caer. El 26 de junio será una fecha triste, emblemática, verdaderamente dolorosa  para los millones de hinchas de River que viven en la Argentina. Irse al descenso es el mayor y cruel castigo para un club que está enraizado en el corazón del pueblo y hoy sufre como nunca los designios impiadosos de un deporte donde no solo hay 22 individuos ensimismados detrás de una pelota. El fútbol es pasión y pertenencia. Un fenómeno cultural que es parte de la vida porque la abarca y hasta la desborda. Un acontecimiento lleno de goce y de placer cuando algo de lo propio se pone en juego representado en los colores queridos: una causa de años, aromas de la infancia, engañosas virilidades, disfrutes o martirios que signarán los humores del día después. El fútbol es muy importante en nuestro país según advertimos en estas horas dominadas por el masivo dolor de quienes no juegan pero participan con su aliento, su tiempo y, sobre todo, su ilusión.

Que River haya descendido produce una conmoción social de magnitudes insospechadas. Porque su historia es enorme, las adhesiones se multiplican en cada rincón de este país que -paradójicamente- renace después de un  infierno de décadas y lleva la marca del trauma. El descenso es traumático teniendo en cuenta el desarrollo de los hechos y el lugar en que los hinchas lo ubicaron comprensiblemente ante un afuera ensañado con su desgracia y un adentro impotente para evitar el esperable desenlace que eclosionó en el final de la promoción, con todos los residuos que acumuló en estos años. Claro que también es un trauma por la presencia de desconocido, la B, vivida como una afrenta intolerable, el peor escenario para un club de las dimensiones de River. Si hay dos equipos que no conciben la posibilidad del descenso son precisamente River y Boca, de ahí que siempre resulta curioso, o al menos para analizar, enunciados relativos a "lo fácil" de simpatizar con cualquiera de los dos. Ser de Boca o de River suponen triunfos continuos, centralidad en la agenda de los medios, presuntos beneficios (River, en este temporada, fue el caso inverso), pero, atención, también suponen dolores inmensos a la hora de la derrota debido a la resonancia de sus nombres y las exigencias que pesan sobre ellos.

Es redundante, ya señalados los problemas graves que aquejaron y aquejan a esta institución, explayarse sobre las razones que transformaron a un club modelo de la Argentina en una mesa de dinero donde anidan mafias dirigenciales y periodísticas junto con sicarios y lúmpenes. Mejor pensar en la reconstrucción, ese tiempo después cuyas señales de cambio deben emerger con celeridad. Y de todos los estamentos involucrados, en tal sentido, conviene pensar en los hinchas . ¿Cómo asimilar el trauma? ¿De qué modo se sigue? ¿Con qué cimientos comenzará la inevitable refundación? La caída de River parecería revelar el fin de una época de la Argentina, especialmente en las entidades de la sociedad civil, dominada por ideas instaladas durante la etapa neoliberal , entre ellas usar a los clubes como plataforma para tramar negocios o saltar a otras esferas (política, empresaria), lo cual expresa que no hay otro gesto posible para los hinchas que no sea participar activamente en la vida del club, no solo para votar sino también para defender sus intereses.

Y no solo River deberá aprender de su experiencia. Los demás están alertados sobre el destino inexorable que les espera si su club, que es de los socios y de los hinchas, queda en manos de administraciones que priorizan sus intereses personales en desmedro del conjunto, triangulan pases con entidades inexistantes o venden paquetes turísticos que expulsan la pasión popular. La consecuencia, el daño, es enorme. Los hinchas de River hoy comienzan a entenderlo, mientras -seguramente- van asimilando la nueva vida que comienza entre el dolor y la esperanza.

P.P.

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