lunes, junio 20, 2011

ALL BOYS // Vivir en cada despedida


 
Y un día se termina. Pasa en el amor, en todas sus variantes y matices, y pasa desde luego en el fútbol, escenario de otras grandes bendiciones y martirios, ámbito del sufrimiento, la rabia y el placer, de la tragedia y la experiencia acumulada. Por supuesto que también de la felicidad. Los finales felices, inevitablemente, dejan rastros de nostalgia por la incerteza de saber si podrán repetirse en el corto o mediano plazo, y por su ineluctable condición de ser justamente un final, el cierre de una etapa, determinada muerte del tiempo, el prolegómeno de la remembranza en forma de congoja por los días de dicha y de replanteos ante lo que ya no está y se lo extraña y se lo recuerda y aún se lo padece. Ningún final o despedida, en suma, es alegre pese a la valentía, en ciertas ocasiones, de afrontar un recorrido marcado por la vitalidad de haber intentado -exitosa o fallidamente- vivir un poco mejor entre afectos y proyectos comunes, caminitos llenos de riesgos pero imposibles de no transitar cuando ese tiempo nos marca que un día llega la hora y, presuroso, va demasiado obstinado para mirarlo de lejos o estancarse en una realidad repetida, previsible y fatal.

Sin embargo, hay finales que se celebran cuando suceden en el momento justo, entre otras cosas porque ceden tensiones, permiten evaluaciones rigurosas, auguran nuevas intensidades y alegrías, coronan una etapa para guardarla en las memorias personales y colectivas de quienes lo vivieron o lo contaron .Y algo de eso pasa con este All Boys que culmina una temporada sorprendente e inédita en la Primera División, a 31 años de bajar a la Primera B, debido a hechos que se han ido consignando a lo largo de esta serie de crónicas tanto en sus aspectos positivos como negativos, los cuales fueron pocos teniendo en cuenta los números de la campaña (cincuecuenta y un gloriosos puntos) junto con el salto de calidad experimentado por la institución luego de años de navegar en la intrascendencia y la pesadumbre al observar una película con idéntica trama y final.



Las responsables, en ese sentido, son muchos (dirigentes, cuerpo técnicos, jugadores)  pero cabe subrayar el papel del hincha, un actor central de este venturoso presente, hundido en la depresión tras el descenso de 2001 a la B Metropolitana que coincidió con el ascenso de Nueva Chicago a la A, lo cual pone de relieve todos sus esfuerzos en estos años para reponerse y proyectar un futuro que es hoy, razón de sobra para disfrutarlo como nunca. Porque All Boys no solo aportó a que se invirtieran los papeles (el cuadro de Mataderos es ahora quien está en la tercera categoría del fútbol argentino) sino también creció estructural y deportivamente mediante la sostenida tarea de socios e hinchas, impulsores de pensar otro horizonte para su club a partir de un conjunto de iniciativas colectivas que fueron generando contagio y adhesiones múltiples, acompañadas de decisiones inteligentes por parte de una comisión directiva que supo leer el cuadro de situación y produjo cambios sustanciales. Por eso, pensar este itinerario que incluye un estadio remozado, 2 ascensos, victorias ante equipos calificados y permanencia en la máxima categoría sin jugar la promoción tiene su punto de partida en la perseverancia y la ilusión de los hinchas de All Boys, muchos de ellos escépticos aunque confiados en otro rumbo de la historia tras un período que parecía perpetuo y quedaba reseñado a pie de página en documentos ajados: el de un club de barrio que una vez jugó en Primera, años ha, de cuya existencia recordaban unos pocos memoriosos que vieron al Japonés Pérez, José Romero, Epifanio Medina, Spilinga, Dragonetti, Britapaja, Pérez Medone, Angel Mamberto, entre tantísimos nombres de la primera experiencia en la A.



Esa gran historia, nacida en 1972 y concluida en 1980, comenzó a quedarle lejos a las nuevas generaciones pero estaba en algún secreto lugar del barrio para revivirla, dados los poderosos lazos familiares que explican la vigencia de los clubes en Argentina y, como se dijo, lo que se abre después de ciertos finales, donde algo termina y empieza nuevamente, como parte de una misma vida que no escamotea su propio pasado. Se comprende, por tanto, la emoción de algunos hinchas, fundamentalmente porque una gran porción de ellos vivió momentos muy distintos de los actuales, que los fueron armando de fortalezas anímicas para soportar reiterados desencantos al tiempo que modelando nuevos objetivos expresados en decir y convencerse, un remoto día, de que había un escondido sueño para poner en marcha antes de haber pasado por este barrio en el tránsito finito de la existencia. Y también se entiende la emoción porque, a diferencia de los restantes clubes de Primera, All Boys volvía después de largos años, con temores lógicos al asomarse a lo desconocido, revelando además otra cualidad que lo distingue: contrariamente a la mayoría de las instituciones más importantes, acá buena parte de sus hinchas apenas si rozaron la gloria; las primeras imágenes con el club amado se circunscriben a finales perdidas, alegrías en cuentagotas y orgullos a defender en territorios hostiles que presagiaban una batalla antes que goles propios.

De modo que el cierre no puede ni debe prescindir de resaltar la emoción de vivir un tiempo feliz. ¿Qué hay cosas por mejorar? Desde luego. Posiblemente haya que buscar más jugadores como Domínguez y Juan Pablo Rodríguez, contener a los históricos, atender especialmente las divisiones inferiores -piedra basal de la consolidación del club en Primera División- y abrir más canales de participación para socios e hinchas. Nada imposible cuando prevalece la unidad y la solidaridad colectiva por sobre las mezquindades, la causa fundamental de los progresos exhibidos. Ahora es el momento del festejo y de los agradecimientos recíprocos, con un dejo de tristeza porque han sido tan fuertes las emociones que costará olvidar que finalmente lo hemos vivido. Pero también con la alegría y esperanza de creer, sin posturas maníacas ni soberbias enseguida anuladas por los hinchas de este club, que lo viene acaso sea igual o mejor. Al cabo, después de cada final, alegre o amargo, queda la mejor de las posibilidades disponibles: la elección de volver a vivir.

P.P.

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