viernes, abril 15, 2011

FERRO // La próxima estación es nunca

Lejos de tratarse de un filme de Fernando Solanas, el título del artículo remite a un club del cual muchos nos solazamos sobre sus tenaces esfuerzos para subistir y reencontrar los cimientos primordiales de su pasado pródigo. Ubicado en el centro de la Capital Federal, la actualidad parece desmentir sus marcos históricos con solo asomarse a las paredes despintadas y sus calles aledañas plagadas escombros y sombras, fundamentalmente detrás de la vieja tribuna visitante que da a la calle Martín de Gainza, o permanecer apenas un rato sobre Avellaneda, cerca de la cancha auxiliar, y recordar que en ese espacio delimitado por cortadas, negocios y tráfico incesante de automóviles  hubo una entidad que durante los años '80 albergó 90.000 socios, con surtidas disciplinas para la práctica del deporte y logros trascendentes en fútbol y básquet profesional -los rubros más populares- de la mano de León Najnudel y Carlos Griguol, próceres de la entidad.

El Ferro de hace dos décadas, por tanto, fue consecuencia de una política comunitaria, integral y llena de iniciativas vitales que propendía al desarrollo y expansión de su patrimonio, consagrada en todo su esplendor al acreditar éxitos deportivos de magnitud, sin precedentes para un club de los denominados chicos situados en la Capital Federal. Y, como se dijo, el fútbol ocupó un papel preponderante, lo cual genera contradicciones de acuerdo con esta etapa pedregosa y mediocre expuesta en tablones quebrados, tribunas vacías, escasa masa societaria y permanencia en la segunda categoría de los torneos de AFA. Contraste originado en el vaciamiento institucional urdido por dirigentes y representantes (uno de ellos personaje notorio), cuyos efectos pesan cada día un poco más, dado que hoy es un una síndico empecinada en no escuchar las demandas de los socios (Ferro está en proceso de quiebra), mañana son un puñado de transferencias necesarias para seguir compitiendo y pasado el conformismo de no intentar el ascenso habida cuenta de un estadio que debería demolerse casi en su totalidad debido a razones reglamentarias.

Pese a esto, el fútbol de Ferro alienta alguna leve esperanza. Por un lado, y tras dos descensos consecutivos (2000 y 2001), logró afianzarse en la B Nacional, categoría exigente teniendo en cuenta la participación de equipos del interior poderosos y de mayor presupuesto; por otro, su plantel actual reúne algunos muy buenos futbolistas (el arquero Champagne, el defensor Ferreyra, los volantes Lértora y García, el delantero Pereyra Díaz) que aportaron a este presente de 4 triunfos de 5 jugando en Caballito, ante rivales ideados para subir de categoría, por supuesto del interior (Gimnasia de Jujuy, San Martín de Tucumán, San Martín de San Juan y Atlético Rafaela), y constituyen la columna vertebral de un equipo que quiere seguir escalando.

Será justo si ocurre ya que de los clubes vecinos, nada menos que Ferro quedó estancado en sus desgracias. Un club tradicional de Buenos Aires, sometido a numerosos proyectos de legisladores del oficialismo porteño empecinados con quitarle terrenos y levantar cuantiosos negocios inmobiliarios que, de concretarse, repercutirán en la calma y el humor de los vecinos de Caballito. Nunca está de más anoticiarse, pesares y deterioros al margen, de las inquietudes y demandas del barrio que aún absorbe esta institución del ferrocarril porteño, entrañable y castigada, no más propensa al desembarco de mecenas salvadores ni -da la sensación- susceptible de metabolizar ideas fabulosas de ilustrados cineastas, inaplicables para lo que la época requiere.
  

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