Los mundiales, una de las dos citas más importante del deporte, contienen historias grabadas a fuego en la memoria del público; goles inolvidables, fracasos rotundos, episodios polémicos, epopeyas para no olvidarse nunca, héroes y figuras circunstanciales. No obstante el juego, el maravilloso juego del fútbol, parecería salir indemne a cualquier daño, desde las denuncias de corrupción hasta las maniobras labradas desde poderes impúdicos.
La disputa de un mundial, en ese marco, opera como catalizador de pasiones, una suerte de grado cero donde parecería borrarse de cuajo cualquier intento por revisar otras zonas y otros contornos de la principal competencia futbolera, que no sean el recuento de goles, partidos y curiosidades ceñidas a los avatares del juego. Un escenario en el cual suelen omitirse sucesos de verdadera importancia, determinantes para el devenir político y cultural de algunos países, confinados al lugar de la anécdota, del dato de color, de aquello que conviene no reseñar nuevamente, según la opinión de quienes defienden el carácter incontaminado de la actividad.
Pese a ello, vale la pena volver -aunque sea brevemente- sobre ciertos acontecimientos y personajes que remiten a hechos poco revisitados entre tanto vértigo noticioso y actualidad en clave de compacto, necesarios si se trata de elaborar una biografía alternativa al glosario de ilustres. Por ejemplo encontramos, en una ya vieja colección del diario La Nación dedicada al fútbol argentino, un artícfulo firmado por Jorge Carrascosa, ex jugador de Huracan, Rosario Central y Banfield, y hombre reconocido en la historiografía no oficial por su renuncia a la Selección Nacional de 1978, quien protagonizó un hecho con fuerte impacto político para la época. Los argumentos de Carrascosa respecto de su alejamiento voluntario de la selección -que suscitaron diversas conjeturas dado que no habría una sola causa que propiciaron su retiro- abrieron no pocos interrogantes acerca de las verdaderas razones de su dimisión, si bien predominan versiones asociadas a los abusos de la dictadura militar, la presunta militancia del jugador en organizaciones políticas, el hastío por las presiones de un juego apartado de sus raíces.
La disputa de un mundial, en ese marco, opera como catalizador de pasiones, una suerte de grado cero donde parecería borrarse de cuajo cualquier intento por revisar otras zonas y otros contornos de la principal competencia futbolera, que no sean el recuento de goles, partidos y curiosidades ceñidas a los avatares del juego. Un escenario en el cual suelen omitirse sucesos de verdadera importancia, determinantes para el devenir político y cultural de algunos países, confinados al lugar de la anécdota, del dato de color, de aquello que conviene no reseñar nuevamente, según la opinión de quienes defienden el carácter incontaminado de la actividad.
Pese a ello, vale la pena volver -aunque sea brevemente- sobre ciertos acontecimientos y personajes que remiten a hechos poco revisitados entre tanto vértigo noticioso y actualidad en clave de compacto, necesarios si se trata de elaborar una biografía alternativa al glosario de ilustres. Por ejemplo encontramos, en una ya vieja colección del diario La Nación dedicada al fútbol argentino, un artícfulo firmado por Jorge Carrascosa, ex jugador de Huracan, Rosario Central y Banfield, y hombre reconocido en la historiografía no oficial por su renuncia a la Selección Nacional de 1978, quien protagonizó un hecho con fuerte impacto político para la época. Los argumentos de Carrascosa respecto de su alejamiento voluntario de la selección -que suscitaron diversas conjeturas dado que no habría una sola causa que propiciaron su retiro- abrieron no pocos interrogantes acerca de las verdaderas razones de su dimisión, si bien predominan versiones asociadas a los abusos de la dictadura militar, la presunta militancia del jugador en organizaciones políticas, el hastío por las presiones de un juego apartado de sus raíces.
En tal contexto, el artículo de Carrascosa explica muy poco, como era previsible, y se detiene en una sumatoria de actos que provocaron la dimisión del futbolista para integrar el equipo de Menotti. Ambigüedades, cabe agregar, que se ponen de manifiesto a lo largo de todo el dossier referido a 1978: la gloria del seleccionado en primer plano y, con menos enfásis, la citada nota de Carrascosa y un artículo perdido entre imágenes de goles, equipos y jugadores de la época, titulado "El partido del gobierno", escrito en consonancia con la ideología del medio fundado por Bartlomé Mitre. "Las graves violaciones a los derechos humanos cometidas por el gobierno militar durante la lucha contra la violencia subversiva habían trascendido al mundo entero", dice la nota, ilustrada con una foto de Videla, Massera y Agosti, no menos ambigüa. "Un solo corazón, Tres hombres que compartieron muchas sensaciones, aunque, probablemente, ninguna los galvanizó tanto como la racha de resultados favorables del campeonato mundial y, naturalmente, el triunfo final", explica la bajada de la foto.
Aun así, el texto de Carrascosa entrega un párrafo que enaltece al personaje y repone, además, otra evocación del infausto mundial del '78, en un doble sentido. Revela, por un lado, un comportamiento valiente que constrasta de modo nítido con el de algunos de sus colegas de aquel plantel, y pone de relieve, por otro, las convicciones de quienes se rebelan, y entienden que el fútbol solo es posible desde el placer y desde un fuerte compromiso con la ética. Muchísimo más cuando el gesto del protagonista -indudablemente disruptivo- se produce durante un evento de notable magnitud como es el mundial de fútbol, auténtica política de propaganda en determinadas coyunturas históricas.
Aun así, el texto de Carrascosa entrega un párrafo que enaltece al personaje y repone, además, otra evocación del infausto mundial del '78, en un doble sentido. Revela, por un lado, un comportamiento valiente que constrasta de modo nítido con el de algunos de sus colegas de aquel plantel, y pone de relieve, por otro, las convicciones de quienes se rebelan, y entienden que el fútbol solo es posible desde el placer y desde un fuerte compromiso con la ética. Muchísimo más cuando el gesto del protagonista -indudablemente disruptivo- se produce durante un evento de notable magnitud como es el mundial de fútbol, auténtica política de propaganda en determinadas coyunturas históricas.
Algo de esto se entrevé al leer a Carrascosa en la compilación de sucesos y personajes argentinos que elaboró La Nación hace algunos años, para situarlo entre las personalidades que desmontan con elusiones, lapsus y unas pocas señales, los intereses escondidos detrás de la pelota.
"En mi campaña tuve muchas vivencias que me sentir muy mal con el medio futbolístico. En mi escala de valores un Mundial no era -tampoco hoy- lo más trascendente. Puede que lo sea para la gran mayoría, pero creo que hay cosas más importantes como, por ejemplo, la persona humana. Primero está el hombre y después la profesión. Ante un objetivo mayoritariamente compartido, como un Mundial, pareciera que lo invidual queda marginado. No coincido con eso. Tengo que ser coherente, demostrarme y demostrar que se puede vivir con otros valores, estar en paz con la conciencia. En 1978 me permití la libertad de decir hasta aquí llegué. Hoy haría lo mismo".
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