miércoles, febrero 23, 2011

MEDIOS // Está vivo, Gardel está vivo



Por estos días se conmemora una fecha histórica, bisagra, insoslayable: hace 30 años debutaba en Boca Diego Maradona, el más maldito entre los futbolistas malditos, parte sustancial de la argentinidad trágica y mítica que prolifera hasta hoy, con sus evocaciones tardías y sus derrotas de lastre, con sus orgullos intactos y sus sentimientos excluyentes en torno del amor y de su reverso, el odio. Decir Maradona y decir Boca confluyen en una misma saga porque allí, en ese vínculo complejo y contradictorio, anida lo que genérícamente alude a "lo popular". Y "lo popular" no remite, en este caso, a pintoresquismos en clave de gesto indoloro, plausible de ser domesticado o despojado de sus significados revulsivos, sino a aquello llamado a dejar una impronta, un sello distintito, al contener elementos nativos y reponer, de alguna manera, malestares y conflictos que desmienten una pretendida sociedad homógenea y armoniosa. Más aún: lo popular aquí habla de rebeldías poderosas, de rencores bien hondos, de incorfomismos para autofirmarse ante un orden injusto e intolerante.

Sería torpe creer que el vínculo entre Diego y Boca, dos símbolos de la Argentina, asumió características de ardua y consciente pelea contra actores poderosos. Pero sí expuso una incomodidad, situó un fenómeno con connotaciones que excedían al fútbol y, sobre todo, marcó un punto de inflexión en la carrera de ambos. Curiosidades del destino, esa tarde de febrero de 1981 también hubo otro debut y otro quiebre, aunque en la radiofonía futbolera argentina. Víctor Hugo Morales, prestigioso periodista del Uruguay, hacía su presentación en el país con el relato de ese Boca-Talleres en el cual gritó 4 goles del cuadro xeneize, dos de Maradona y uno narrado con una frase que resuena hasta hoy: "la soltó como una lágrima". Es que Víctor Hugo también comenzaba un itinerario sinuoso, encrespado y lleno de matices al reconvertir el relato popular futbolero mediante apelaciones poéticas, literarias y un sentido estricto de la justicia como nunca jamás ocurrió en la historia de este país. Todo un estilo propio, vale subrayar, dado que su relato conjugaba velocidad, reconocimiento preciso de los jugadores y las ya apuntadas metáforas y apuntes culturales, recursos que estaban en la antípodas del hombre que dominó las transmisiones durante décadas e incluso hasta el arribo del relator de Cardona, nada menos que  José María Muñoz, personaje oscuro del periodismo argentino por razones conocidas.




El año, en consecuencia, cobra singular importancia ya que realza a dos personajes que, cada uno en lo suyo, llegaron a ser los mejores. Uno todavía lo es debido a que Víctor Hugo continúa relatando con idéntica pasión a la de 1981, con la misma agudeza y ese estilo que subyugó y subyuga a generaciones de futboleros. Porque así como muchos soñaron con ser Maradona, otros tantos pretendieron, y todavía pretenden, relatar como el uruguayo, ya sea en imaginarios partidos, repitiendo sus muletillas, copiando fórmulas o creyendo que un gol dispara montones de sensaciones, algunas ligadas con la vida, los sufrimientos de los justos, los laberintos de la dicha; otras con los pesares y las tristezas de una historia reservada únicamente para los verdugos. Y sobre esto último, justamente, Víctor Hugo todavía enseña bastante a sus 60 años, en dos planos conexos: por un lado, al defender esa trinchera llamada Competencia, la tira que desde hace 18 años conduce en una emisora que quiso echarlo y hoy maneja a su antojo, también por su larga batalla contra el negocio del fútbol urdido por Julio Grondona y el Grupo Clarín y, derivado de ello, por sus posiciones valientes, militantes, para que la Argentina tenga hoy una ley de medios de la democracia. Pero además, Víctor Hugo educa y alecciona cuando martilla una y otra vez acerca de que el horizonte de los nuevos periodistas no se reduce a pasantías a plazo fijo, a engrosar pasivamente el mercado negro mediante costosas matrículas en escuelas enigmáticas o a guardias permanentes en el club X. Ser periodista sería otra cosa, va de la mano con la ética y las convicciones, en íntima y directa sintónia con la defensa de los derechos y la firme creencia de que este oficio es una puerta al conocimiento y al debate de ideas, a buscar con desesperación la verdad. Alguien le enrostrará a Víctor Hugo su postura en el conflicto político de 2008, un hecho del cual se arrepiente en la intimidad aunque ya se encargó de confinarlo entre los agrios momentos de la profesión.




Se trata, entonces, de valorar a quien es el más grande relator de todos los tiempos, en una fecha donde se recuerda a otro grande. Los goles en Boca, el Nápoli, el Barcelona, la Selección -entre otros- están allí, siempre a la espera de una enésima repetición, aunque también están los relatos, las palabras y frases que embellecen y describen los goles y este juego maravilloso, como tantísimas que deja Víctor Hugo. "Es lo tuyo, Antonio", "Graciani, por el gol Alfredo", "barrilete cósmico", "balas que pican cerca", "no quieran saber", "Ramón, pecho y gol" y el célebre "ta-ta-ta". Es cierto que son distintos los fervores y las pasiones que desatan Maradona y Víctor Hugo, si bien un relato los emparenta. "Está vivo, Gardel esta vivo", clamó el oriental de Cardona después de un gol de Diego en una de sus milagrosas resurrecciones.
Acaso sea verdad.

P.P.

1 comentario:

J.S. dijo...

Postazo enorme.

Único el uruguayo. Un privilegio haber podido ser contemporáneo de este genio del relato mundial.