lunes, junio 15, 2009

Barrios


La campaña de Huracán no deja de producir asombro. Ya es ocioso insistir sobre los méritos de Angel Cappa y las producciones futboleras de sus elegidos. Fundamentalmente, porque el elogio reiterado conlleva un serio riesgo en esta Argentina de envidias, celos y valores trastocados: de tanto empalago convertir al globo de Angel en un disloque de argumentos, una exageración emanada de un grupo de románticos.
Por tanto, otra entrada para hablar de Huracán es focalizar en el clásico con San Lorenzo: eternos rivales y referencias centrales en el cancionero de ambas parcialidades. Clásico emblemático, porteñísimo, lleno de historia y contenedor de un anecdotario vasto, infinito, grabado a fuego en las memorias de quemeros y cuervos.
No resulta del todo creíble -o al menos aún no se aprecia en la realidad- aminorar la trascendencia del duelo de barrio, tal como sugirió el defensor Jonathan Botinelli hace algunos meses ("el clásico de San Lorenzo es Boca"). Porque son los hinchas de San Lorenzo, precisamente, quienes defienden la rivalidad, las tertulias de café -lugar común, es cierto-, las cargadas callejeras (que en los últimos años se expandieron en foros y páginas de internet), y desestiman la oferta del entonado y exitoso Vélez. El clásico con el Globo de Patricios, sabrá comprender el recio zaguero azulgrana, tiene una tremenda importancia en la consideración de simpatizantes de San Lorenzo. Algunos ejemplos recientes suponen que la vieja rivalidad perdura. Por caso, las 30 mil personas que concurrieron al estadio de Boca, el colorido de las tribunas locales y el apurado regreso de Alejandro Gómez del seleccionado juvenil configuran una muestra de que nada de Huracán le es ajeno al club de Boedo/Bajo Flores.
Aceptadas las peculiaridades y pintoresquismos del derby, existen clivajes del partido disputado ayer. Como se apuntó, fue reconfortante observar el despliegue de cotillón en las gradas y la cuota de ingenio que aportaron los hinchas. Del lado de San Lorenzo, una bandera apelando al humor ("los milagros ocurren una sola vez: "Huracán campeón 1973"), mientras que los quemeros apuntaron contra la inspiración del padre Lorenzo Massa con un cartel urticante; "San Silencio".
También en lo que atañe al juego abundaron condimentos y curiosidades. En este caso, cabe reconocer el esfuerzo de Huracán por nivelar un duelo desparejo de antemano. Los ítems van desde lo historiográfico (10 campeonatos contra 1, 70 victorias del Santo contra 40 del Globo) hasta el presupuesto de ambos entidades para conformar sus respectivos planteles. De hecho; Bergessio más Solari más Ledesma más Gómez más Adrián González más Silvera y más un resto suficiente para pelear arriba, a priori, supera en expectativas/cifras al total de los ahora cotizados Bolatti, De Federico, Pastore, Goltz y Araujo. Sin embargo, la nítida diferencia en los números pareció achicarse de acuerdo a la propuesta futbolera de unos y otros, el último domingo.
En ese marco, el empate hubiera sido un resultado justo por lo realizado por los dos en el rectángulo, e injusto por maniobras extradeportivas -no escuchamos a Batista reclamar por Gómez en relación al episodio con Pastore a prinicipio de año- y razones económicas ya consignadas. A lo que se agrega el trayecto de ambos en el presente Clasura y el termómetro de los hinchas: qué defienden, cómo disfrutan, qué proyecto imaginan para su club, qué exigen, qué los enfurece. Acaso Huracán debía ganarle a San Lorenzo por haberlo merecido antes.
Es que, partidos como los de ayer, explican las pasiones que desata este juego y sus efectos capaces de redimir inequidades y abusos. Aunque suene desmedido, empalagoso, redundante, a veces ganan los buenos equipos. El doble significado del adjetivo le cabe a Huracán.

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