martes, noviembre 11, 2008
Nadie nada nunca
Según diversas encuestas públicas, siempre tan dudosas, el elegido para ocupar el cargo de entrenador de River es Américo Gallego. Repaso la foja del voluptuoso ex volante y suena razonable: dos campeonatos locales, uno de ellos invicto, y dos subcampeonatos que pudieron cristalizarse en algo más (Huracán, en la misma temporada, obturó los sueños millonarios -3-2 en el Palacio Ducó y empate a uno en el Liberti-). Claro que existen matices, prescindiendo de las mancadas ante el globo porteño: los reveses coperos ante Boca en la libertadores y el torneo local (sendos 0-3) conllevan un pesado lastre al ya pesado Gallego. Aún así, los lectores de diarios digitales se inclinaron por el Tolo, el hombre que sale a ganar siempre (Simeone salía a empatar y en los picados con los otros autores de este blog salíamos a ver quién era el más humillado)y cultiva el discurso simple, sin rebusques idiomáticos ni grandes misterios.
Dejemos a Gallego (ya volveremos). Siguiendo en falso estadígrafo, en las dos últimas dos décadas, River contrató a los siguientes entrenadores: Héctor Veira, Carlos Griguol, César Menotti, Carlos Merlo-Norberto Alonso, Daniel Passarella, Gallego,Carlos Babington, Ramón Díaz, otra vez Gallego, otra vez Ramón Díaz, Manuel Pelegrini, Leonardo Astrada, otra vez Merlo, otra vez Passarella y Diego Simeone. 15 técnicos (sumando mismos nombres en diferentes períodos), cifra que no está mal comparando con Racing. Asimismo,hubo éxitos con hombres del riñón (o del esfínter) y de otras escuelas, hubo éxitos más festejados y éxitos por obligación. Y hubo, sobre todo, una pronunciada cáida en resultados, en juego, en estima y en dignidad del 2000 a esta parte.
Por esa razón, y sin entrar en la importancia o no de los coachs, sospecho que la elección del técnico es secundaria. River padece una crisis identitaria grave, como se decía en el post anterior, merecedora del diván y el tratamiento largo, bien lejos de las iglesias del antimilagro o los discursos empalagosos o empaposos de José María Aguilar. ¿Hace cuánto los hinchas no corren al placar a buscar la remera, desafiar a la tropa boquense y los cómplices con otras camisetas? ¿Hace cuánto no hay una victoria para golpearse el pecho, festejar la dicha, prender la tele para ver hasta el resumen de Pablo Tiburzi y comprar no menos de 4 diarios?. Pueden señalarse excepciones, seguramente, pero de ninguna manera enmiendan la cascada de vergüenzas anteriores y posteriores.
En consecuencia, discrepo con aquellos que señalan "ser campeón en River no alcanza". En todo caso, no alcanza para soportar lo otro, que nunca viene por carriles normales sino por el lado de la exageración, la deshonra, el fracaso y un poco más. Si me permite una comparación gastronómica: derrotas con todos los condimentos, nunca insulsas. Y si me permite utilizar una figura retórica: derrotas con hipérboles, nunca atenuadas. Lo dijimos en este blog ni bien Simeone sacó campeón a River, es de esperar nuevas desdichas. En efecto, no hay que ser muy agudo para advertir cuando algo está podrido o carece de sustento.
Antes que campeonatos, entonces, más sensato es recuperar un estilo, un nosotros clausurado, una vuelta a los núcleos de identificación. Los títulos, Gallego o Francescoli, son complementos de una trama fallida y plagada de ausencias. Con idéntico final al que conocemos aunque con la incógnita de saber si habrá nuevos récord por superar. ¿El descenso? ¿La quiebra? No exageremos, para eso están las actuaciones futbolísticas de River en la última década.
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1 comentario:
Excelente análisis!! River necesita un sinceramiento consigo mismo. Entender que las gallineadas y malas administraciones son un problema real. Que se acabe el conformismo propio de equipo chico. Ver las finales de la Libertadores por tele. Arrugar en los penales, arrugar en Brasil, en Colombia, en Perú, con Boca. Arrugar con Arsenal, Argentinos, Tigre. Permitir que los demás escriban páginas de gloria a costa del miedo escenico de River.
River necesita ser Pro, apuntar alto, jugar a muerte, recuperar la confianza. Pero sincerarse es fundamental. No se puede curar un cáncer si no se lo admite. Si River sigue tratando el cáncer como si fuera una gripe, la historia se seguirá repitiendo.
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