Se termina la veda electoral y un sábado de diciembre, entre penumbras, escasos entusiasmos y la certeza de un tiempo definitivamente transcurrido en su crónica más gloriosa, River elige a un nuevo presidente para conducir el club durante los próximos cuatro años. Las listas oficiales, luego de un tumultuosa campaña que incluyó la postulación de 15 eventuales candidatos, quedaron conformadas de la siguiente manera: "Con River toda la vida" (Roberto D'Onofrio-Hugo Santilli-Guillermo Cascio), "Frente Liderazgo Riverplatense" (Daniel Passarella-Diego Turnes-Omar Solassi), "Primero River" (Antonio Caselli-Alfredo Davicce-Norberto Álvarez), "Frente opositor Dueños" (Mariano Mera Figueroa-Carlos Lancioni-Stefano Di Carlo) y "Vota por River" (Daniel Kipper-Alfredo Assef-Patricia De Luca).
De acuerdo con las encuestas previas, muchas de ellas con notorias diferencias en los guarismos recogidos, la disputa parecería centrarse D'Onofrio y Caselli, emergentes de una política -la nueva y la vieja en un mismo gesto discursivo- que difícilmente se inscriba en la mejor tradición del club. No parece una casualidad. Aguilar deja, entre los infinitos pliegues de un legado cuyas notas más oscuras aún desconocemos, candidatos a tono con su gestión: opacos, de procedencia dudosa, salpicados de fraude antes de asumir. Los tonos de la campaña, en ese sentido, sugieren que están en juego demasiados intereses en el cuadro millonario, algo que contrasta de modo flagrante con su condición de asociación civil sin fines de lucro, una bandera histórica de los riverplatenses.
El River que viene, por tanto, genera pocas ilusiones dado que el problema mayor no remite solo al binomio saliente y sus equívocos en "la gestión". Por el contrario, la dificultad más grave es de otro orden, obedece a las prácticas instituidas por Aguilar-Israel que costará modificar en las conductas/acciones de todos los actores (dirigentes, hinchas, periodistas partidarios).
Que el socio dude entre votar a D' Onofrio o Caselli habla de una derrota profunda que parte de un error de caracterización: no se trata solo del deterioro económico, de "una gestión corrupta", sino de una construcción simbólica y política que hizo de River, por momentos, un club despreciable.
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