martes, octubre 19, 2010

FÚTBOL ARGENTINO // Gozar con el juego


Las presiones y los severos mandatos de la tribuna dominan la escena diaria en el fútbol argentino. No hay que internarse demasiado en las causas, relativas fundamentalmente a cierto discurso donde se salvan, existen y sobreviven de la metralla periodística, solo los vencedores ocasionales. Desprevenidos pero conscientes, incautos pero creyentes de poderosas lógicas massmediáticas, atentos pero envueltos y entregados al consagrado paradigma de la victoria como norma innegociable, los hinchas juegan también el partido de la impaciencia, de la queja continua, de los reclamos apresurados, de la intolerancia y, claro, actúan en consecuencia frente a la última posibilidad de la felicidad por un triunfo que se evapora y anuncia futuras quejas, demandas, impaciencas, intolerancias.

Círculo de gestos y actitudes repetidos que revelan, por un lado, la disociación entre el deseo y la realidad, potenciada por las características de un deporte como el fútbol, sometido a repentinos cambios de ánimo y caprichosas combinaciones del azar, y, por otro, a las influencias de factores exteriores al juego: los modos del decir derivados de determinadas agendas. Toda esta perorata se vincula con algunos casos curiosos que ocurren en dos categorías en la Argentina, la Primera División y la B Nacional, que podría dejar en segundo plano la interesante y siempre abierta polémica sobre tácticas y esquemas de juego. Uno de esos casos remite a River que, acompañado de las descomedidas reacciones de su entrenador, viene padeciendo los encuentros en el Monumental conforme la necesidad de ganar se acrecienta debido a sus números rojos y a un ciclo que, en promedio según las últimas campañas, le brinda al hincha 1 victoria cada 5 o 6 partidos, aproximadamente. Apurado por resolver ya, obligado por un entorno rebosante, el equipo millonario suele caer en ingenuidades y marcados nerviosismos, expresados en errores defensivos, nula inteligencia para manejar un resultado a favor y sensaciones indisimulables de que algo malo y terrible a desatarse a la brevedad lo confinará a su estado habitual, el de la desazón.

Gimnasia es otro ejemplo de tribunas atribuladas y acuciantes, de acuerdo con las actuaciones del cuadro platense en su estadio del bosque -1 victoria en 6 partidos- pero especialmente a raíz de sucesivas malas campañas. También obligado a escaparle al descenso, de local las carencias se agravan, nublan las pocas ideas de sus jugadores y generan, consecuentemente, una irritación colectiva que empeora el rendimiento del equipo aunque abarca algo más que una producción futbolística circunstancial dado que esa irritación alude a un hartazgo de largo alcance, destinado a dirigentes que hicieron de Gimnasia un equipo menor, sin jerarquía, considerado ganable por casi todos, menos por River.

La B Nacional, por su parte, exhibe ejemplos de formaciones que también sufren de la intemperancia de su público. Rosario Central, de hecho, no logra aventar ese clima de gritos y exigencias que baja de las gradas y que repercute en el campo. Como River, de local va al frente, ataca con desorden, no ahorra esfuerzos ni actitudes al filo del reglamento, sin embargo suelen convertirle con frecuencia ante la fragilidad anímica que advierte el rival, producto de la condición de favorito de Central y de esos murmullos permanentes frente a cada equivocación de sus jugadores. Si se toma en cuenta el venturoso presente de su eterno adversario, reseñado desde el contraste en el marco de una ciudad fuertemente polarizada, las exigencias del canalla se acrecientan y obligan a analizar sus rendimientos no solo por la disposición táctica elegida por el entrenador.

Unión, finalmente, desde hace tiempo reposa en la B Nacional y, con recurrencia, padece episodios que tiene como protagonistas a sus hinchas, cansados de flojas campañas y afectados en su orgullo por el presente de Colón, que se apropió de la representación provincial en Primera División. Presionado cuando juega en el 15 de Abril, sus últimos 4 partidos expresan datos llamativos: ganó de visitante dos de ellos -después de una eternidad- pero perdió los restantes en su casa, ante rivales que pelean el descenso (Patronato de Paraná y Aldosivi de Mar del Plata), lo cual indica lo complejo de asimilar estas exigencias que, en la B Nacional, tiene como condimento adicional la ausencia de público de visitante, lo cual convierte al estadio propio en un escenario de tensiones, discusiones y rispideces internas.

En definitiva, son algunas situaciones que también incidirían para entender por qué los partidos salen enredados y tediosos. A la inestabilidad de los entrenadores, muchos de ellos cautivos de planteos tácticos para perdurar, se añade la presión de los hinchas, a veces exagerada, a veces inevitable según la información acumulada durante la semana donde prevalece una única premisa: ganar. O ganar para ser. Aunque no menos cierto es que los casos citados obedecen a errores institucionales propios, inocultables herencias dirigenciales, falta de reflejos para torcer un destino deshonroso. La impaciencia, de este modo, se comprende teniendo en cuenta que los hinchas, algún día, se cansan. Y tal vez muchos no sepan, no sepamos, que ese cansancio no se cincunscribe a lo que se ve sino también a lo que se escucha.
Las broncas concebidas de antemano.

Pablo Provitilo

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