Dos lecturas amerita el incidente. La primera, inevitable, es compararlo con el otro grande del fútbol argento: Ariel Ortega, primero, y Federico Higuáin, después, no escatimaron festejos en ocasión de marcar goles ante River. Más allá de los especiales condimentos de la celebración del jujeño, importa señalar que ninguno sufrió una reprobación generalizada como la padecida por Navarro Montoya, ídolo xeneixe hasta hace poquito. Higuaín y Ortega, vale aclarar, son apenas dos casos entre muchos.
Lo segundo es advertir matices en cómo sienten el fútbol los hinchas de ambos clubes. Anulada la torpe teoría según la cual en Boca no se valora la técnica y en River no hay lugar para esfuerzos ni sudores (infinidad de ejemplos contradicen estos esencialismos tan ingenuos), existen -eso sí- elementos distintivos: mientras que por Nuñez se saluda a aquellos que dejaron una huella en el club, prescindiendo del presente del ídolo; en la rivera prevalecen los colores por encima de todo.
Si en uno, por caso, cuentan los antecedentes (Merlo, Jota Jota López, Eduardo Coudet, ejemplos de jugadores que entraron en el tobagán de las simpatías), en el otro los pergaminos y bondades del pasado quedan al margen. Porque en Boca, pareciera, no hay lugar para medias tintas ni afectos recortados. Concluyo: el hecho del sábado me remontó a la semifinal copera del 2004 entre los dos más grandes del país. Conjeturando a la inversa (Boca eliminado en la copa del 2000 y revancha soñada en la Bombonera con localía absoluta), no hay modo de imaginar que el eventual local hubiese dilapidado su chance. Porque los fanatimos, muchas veces, también inciden en este imprevisible juego del fútbol.
Posteó: Pablo
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