publicación invitada. Licencia de un editor(?)
Banderas
@ 2007-07-20 – 07:09:17
Cayendo la noche, corazón del centro de Buenos Aires, la tarde alentaba un paisaje crispado entre el bajo y la 9 de julio: marchas salpicando la ciudad amarilla, una batucada improvisada imponiendo cantos y sonidos, vecinos horrorizados, automovilistas furiosos, taxistas con la 10 a todo vapor, yuppies huyendo de sus oficinas color gris, relojeando la hora, celular en mano.
Hasta ahí, la escena acostumbrada para quienes transitan la zona con asiduidad. Lo curioso empezaba en el tramo más luminoso de la avenida corrientes. Una muchedumbre vitoreando a Mario Roberto Santucho, referente del PRT-ERP, brutalmente asesinado por la triple A que dio curso al golpe del 76. Enseguida reparé en la fecha, julio, y julio es el mes en que un puñado de viejos militantes -y algunos jóvenes, posiblemente encauzados por el amor filial-, recuerdan a una referencia vital de los años setenta.
Entre sollozos, consignas vacuas y gritos de furia, los más grandes parecían entregados a convivir con una derrota indigerible, en tanto que los jóvenes lucían expuestos, pese a las capuchas en sus cabezas, acaso convencidos de un sueño pendiente. Todos, eso sí, perseverantes en el recuerdo del líder. Porque Santucho, habrá que reconocerlo alguna vez, no solo fue un teórico lúcido en el complejo mundo de las izquierdas, sino un hombre cuyo discurso se plasmaba en la acción. Sin dobleces ni rebusques idiomáticos, valientemente. Su biografía es de una nobleza asombrosa.
Pues bien, lo primero que hice fue observar alrededor de esa columna de 100 personas que marchaba organizadamente, con sus banderas rojas, celestes y blancas, tamizadas por la figura de Ernesto Guevara como telón de fondo. Y las imágenes de la calle ofrecían toda una postal de este tiempo: hombres y mujeres absortos, sumidos en el miedo de un grupo reducido portando capuchas y palos, exclamando el nombre de vaya uno a saber quién, lejanos (ellos) de esa escenografía descolorida y pavorosa. Efectivamente: era eso, una escenografía descolorida y pavorosa.
Por un momento, temí confundirme en los pensamientos de un sector social propenso a la imbecilidad, a las corrupciones más obscenas cuyas conductas sí que dan pavor y causan profunda aversión. Pensé, entonces, en ciertas prácticas para revisar si es que de homenajes se trata y si lo que se busca es reconstruir una política de masas como la pergeñada por el líder del PRT. Pero también, y no hace mucho, pensé que Santucho integraba un nombre más de una extensa lista de olvidos y silencios. Revisitado en pequeños círculos académicos, o peor, apenas como artículo descartable en las góndolas de las librerías.
Y parece que no es así. La noche del centro, a media luz, testimoniaba algo de lo aún perdurable: siempre habrá un "perro" asomando.
@ 2007-07-20 – 07:09:17
Cayendo la noche, corazón del centro de Buenos Aires, la tarde alentaba un paisaje crispado entre el bajo y la 9 de julio: marchas salpicando la ciudad amarilla, una batucada improvisada imponiendo cantos y sonidos, vecinos horrorizados, automovilistas furiosos, taxistas con la 10 a todo vapor, yuppies huyendo de sus oficinas color gris, relojeando la hora, celular en mano.
Hasta ahí, la escena acostumbrada para quienes transitan la zona con asiduidad. Lo curioso empezaba en el tramo más luminoso de la avenida corrientes. Una muchedumbre vitoreando a Mario Roberto Santucho, referente del PRT-ERP, brutalmente asesinado por la triple A que dio curso al golpe del 76. Enseguida reparé en la fecha, julio, y julio es el mes en que un puñado de viejos militantes -y algunos jóvenes, posiblemente encauzados por el amor filial-, recuerdan a una referencia vital de los años setenta.
Entre sollozos, consignas vacuas y gritos de furia, los más grandes parecían entregados a convivir con una derrota indigerible, en tanto que los jóvenes lucían expuestos, pese a las capuchas en sus cabezas, acaso convencidos de un sueño pendiente. Todos, eso sí, perseverantes en el recuerdo del líder. Porque Santucho, habrá que reconocerlo alguna vez, no solo fue un teórico lúcido en el complejo mundo de las izquierdas, sino un hombre cuyo discurso se plasmaba en la acción. Sin dobleces ni rebusques idiomáticos, valientemente. Su biografía es de una nobleza asombrosa.
Pues bien, lo primero que hice fue observar alrededor de esa columna de 100 personas que marchaba organizadamente, con sus banderas rojas, celestes y blancas, tamizadas por la figura de Ernesto Guevara como telón de fondo. Y las imágenes de la calle ofrecían toda una postal de este tiempo: hombres y mujeres absortos, sumidos en el miedo de un grupo reducido portando capuchas y palos, exclamando el nombre de vaya uno a saber quién, lejanos (ellos) de esa escenografía descolorida y pavorosa. Efectivamente: era eso, una escenografía descolorida y pavorosa.
Por un momento, temí confundirme en los pensamientos de un sector social propenso a la imbecilidad, a las corrupciones más obscenas cuyas conductas sí que dan pavor y causan profunda aversión. Pensé, entonces, en ciertas prácticas para revisar si es que de homenajes se trata y si lo que se busca es reconstruir una política de masas como la pergeñada por el líder del PRT. Pero también, y no hace mucho, pensé que Santucho integraba un nombre más de una extensa lista de olvidos y silencios. Revisitado en pequeños círculos académicos, o peor, apenas como artículo descartable en las góndolas de las librerías.
Y parece que no es así. La noche del centro, a media luz, testimoniaba algo de lo aún perdurable: siempre habrá un "perro" asomando.
Hasta ahí, la escena acostumbrada para quienes transitan la zona con asiduidad. Lo curioso empezaba en el tramo más luminoso de la avenida corrientes. Una muchedumbre vitoreando a Mario Roberto Santucho, referente del PRT-ERP, brutalmente asesinado por la triple A que dio curso al golpe del 76. Enseguida reparé en la fecha, julio, y julio es el mes en que un puñado de viejos militantes -y algunos jóvenes, posiblemente encauzados por el amor filial-, recuerdan a una referencia vital de los años setenta.
Entre sollozos, consignas vacuas y gritos de furia, los más grandes parecían entregados a convivir con una derrota indigerible, en tanto que los jóvenes lucían expuestos, pese a las capuchas en sus cabezas, acaso convencidos de un sueño pendiente. Todos, eso sí, perseverantes en el recuerdo del líder. Porque Santucho, habrá que reconocerlo alguna vez, no solo fue un teórico lúcido en el complejo mundo de las izquierdas, sino un hombre cuyo discurso se plasmaba en la acción. Sin dobleces ni rebusques idiomáticos, valientemente. Su biografía es de una nobleza asombrosa.
Pues bien, lo primero que hice fue observar alrededor de esa columna de 100 personas que marchaba organizadamente, con sus banderas rojas, celestes y blancas, tamizadas por la figura de Ernesto Guevara como telón de fondo. Y las imágenes de la calle ofrecían toda una postal de este tiempo: hombres y mujeres absortos, sumidos en el miedo de un grupo reducido portando capuchas y palos, exclamando el nombre de vaya uno a saber quién, lejanos (ellos) de esa escenografía descolorida y pavorosa. Efectivamente: era eso, una escenografía descolorida y pavorosa.
Por un momento, temí confundirme en los pensamientos de un sector social propenso a la imbecilidad, a las corrupciones más obscenas cuyas conductas sí que dan pavor y causan profunda aversión. Pensé, entonces, en ciertas prácticas para revisar si es que de homenajes se trata y si lo que se busca es reconstruir una política de masas como la pergeñada por el líder del PRT. Pero también, y no hace mucho, pensé que Santucho integraba un nombre más de una extensa lista de olvidos y silencios. Revisitado en pequeños círculos académicos, o peor, apenas como artículo descartable en las góndolas de las librerías.
Y parece que no es así. La noche del centro, a media luz, testimoniaba algo de lo aún perdurable: siempre habrá un "perro" asomando.